Incendios...
Noelia me extendió su pipa con la mano derecha como suelen hacer las damas. Ella no supo nunca medir la distancia, porque herida estaba por el ruido de cualquier noche. ¡Mujer!, grité, quiero tu boca y no el beso de esa pipa, y se ancló a mi viento breve, tembló como cuando piensa la página en blanco. Hacía un tiempo terrible, llovía a cántaros, hacía frío, había poco hachís. Ella esperaba en la escápula de lo que no descansa.
Pasamos horas sobre el colchón con la boca despierta, yo tenía erecciones dulces y ella se rompía, yo la condenaba a conservar el rostro del ritmo inasible, el gesto de saberla de memoria. Y mi mano, que era una daga reconocía mejor aquel cuerpo que la memoria, le susurraba en las costillas plegarias inigualables, detalles horrorosos, besos exquisitos.
Detente, me decía. Pero yo seguía, detente me pedía, pero yo proseguía, para por favor que me haces daño.
Noelia se levantó sobre la cama, me miró con esos hoyos que solamente ella puede mantener, tanto amor me lastima pronunció, tanto amor me lastima...
Escrito con la lenta Argentina que siempre viaja a prisa.
Pasamos horas sobre el colchón con la boca despierta, yo tenía erecciones dulces y ella se rompía, yo la condenaba a conservar el rostro del ritmo inasible, el gesto de saberla de memoria. Y mi mano, que era una daga reconocía mejor aquel cuerpo que la memoria, le susurraba en las costillas plegarias inigualables, detalles horrorosos, besos exquisitos.
Detente, me decía. Pero yo seguía, detente me pedía, pero yo proseguía, para por favor que me haces daño.
Noelia se levantó sobre la cama, me miró con esos hoyos que solamente ella puede mantener, tanto amor me lastima pronunció, tanto amor me lastima...
Escrito con la lenta Argentina que siempre viaja a prisa.