lunes, 9 de junio de 2014

Los ángeles eternos





Y si la mañana llegara, vacía, sin nada de vida, entonces sabría lo mucho que he vivido.






El ángel número uno.

Tuerta y débil, 
la encontré
como un can que ya muriendo
se entera que jamás debió amar al hombre.



Relato corto I

Los campos que fueron verdes, en meses de invierno se creen soles tuertos, dorados y encendidos, sin perdonar al viento, sin pedir agua para la sombra, y todo lo que fue hermoso, parece una tumba sobre tu espina. Cada mañana, te levantas de la cama y mueves las caderas con la resaca de la vida, tus tetas son dos cubos de hielo, porque hasta la nariz desaparece, y los ojos se achican, y las manos se parten, en estos meses, cuando todo se cubre de un blanco puro a primeras horas de la mañana, para derretirse después, para esfumarse después, así, como una copa de whisky en las rocas, que ya tarde, sólo quedan restos de eso que hace bello a la humanidad. Entonces le dije, desde la cama, que regrese hasta mi boca, y ella así lo hizo, porque yo era el dios de todas sus vidas, y ella para mí, la sombra de mi alma, algo así como las culpas que todavía no se perdonan, o mejor, heridas que no cierran. Luego de regalarme algunas palabras dentro de mi lengua, y mis manos quedaran grabadas en sus nalgas, se retiraba al cuarto de baño para borrar mis huellas todas. En nuestros oídos llovía café y el campo así se quedaba, entonces regresaba ella toda húmeda, con sus tetas modernas y su culo sin huellas, venía hasta mi cráneo, donde yo le esperaba con algo más dulce que la miel, porque en sus ojos yo lo veía todo, y desde sus ojos, me enamoraba de mi grandeza. Así lo que duró el invierno, porque para cuando todo se volvía verde, su alma dejó de ser una roca fuerte para convertirse en polvo, algo así como una flor que se acaba, o un ángel que debe morirse, no lo sé, pero fueron más frías mis noches de verano, aún sus días, que ese terrible invierno tibio. Sé que mi vida es una llaga que jamás sanará, es decir, que seguiré adorando la sombra de aquella mujer lo que duran algunas vidas. Por capricho divino solamente, de ese demonio llamado dios.



El ángel número dos.

Los días son, 
pesadas sombras
como noches de angustia
de carne y flor
de boca
y nada.

Ella llegó, 
llena de penas
con las tetas hechas dos letras
y más huesos que culo
pero llegó
y en sus pestañas ese rímel eterno
y en su boca ese aroma a viento
y en sus manos
las garras que adorábamos todos.



Relato corto II

Yo deduje, dentro de esa mujer algunas de mis explosiones, furiosas como gigantes mares estrellándose entre sí, y luego de unos instantes, toda mi fortaleza se resumía a un gemido solamente, cerca de su oído derecho, donde ella recogía mi lengua con su boca, unos instantes después. Como grandes torres aprendimos a caer, y nos regresaba el suelo las caricias que alguna vez le robamos. Y ella gira, y yo me detengo, y ella gira, y yo no sigo, y ella se marcha. 

Hay días que me acuerdo de su prisa, cuando mi boca hace un gesto parecido a una pesadilla, es entonces que mi rabia se estremece dentro de mi puño, ya cerrado, chocando contra un muro que es la nada. Sé que todo es igual al pasado, y mis manos ya no se amoldan a la cintura de una mujer, son los años que pesan, o la vida que no pasa, porque los ángeles se quedan ángeles, hermosos y jóvenes, mientras nosotros, nos arrugamos como papel para fumar, y nos fumamos, y nos apagamos, así, es el resumen de una vida.



El ángel número tres.

Hermosa y única
como circo con fieras que devoran hombres
como boda sin niños alborotados
así era ella
única
y hermosa
como ríos que se secan luego de la lluvia
como aves incendiándose entre los árboles.

Algunos hombres contaban que sus besos no se compraban
sólo ese pequeño espacio entre sus piernas
sólo ese terrible sustento de vida;
gastado,
herido,
desgarrado,
era suficiente ese pequeño espacio
para jamás olvidarle.

Hermosa y única
como potros que mueren desangrados bajo la sombra
como animales que jamás regresan para sentir frío
así
única
hermosa
era ella
cuando me miraba desde la ventana,
todas las tardes
antes de cerrarla.

Dormí algunas noches con ella
cuando ella era mi mano
así
cuando todo dejaba de existir
justo antes de cerrarme.