miércoles, 31 de marzo de 2010

Teatro -Parte I

Imagen tomada de sinpenanigloria.wordpress.com

Levantaron el telón tres minutos después de la hora pactada, el rojo telón con bordes negros, el telón americano porque así deben ser en las Américas del Norte los telones de todos los teatros. Sentado en la primera fila, justo en el centro, en la roja butaca y cómoda, en la ancha butaca y suave; y fijamente miraba como se movía la niña en su primer acto, tan elemental, tan metida en su papel. Cristina, la puta más triste de Boston, quizá. A su derecha lloraba la abuela y a su izquierda el padre, ajustando aplausos en cada mano, asombrados del papel tan serio que le había tocado interpretar a la hija. Una puta triste, sin más que dar. Y él, miraba las piernas blancas de la niña dentro de las mallas negras, sí, miraba las piernas y relamía sus labios como el perro más cruento y ansioso. Luego subía la mirada y quedaba quieta en el ajustado corsé, sus tetas tan ubicadas en cada lado, tan niña y tetona, tan tetona y tan puta, tan puta y tan virgen...

Cristina dulce, la dulce Cristina, la Cristina más feliz de todo Boston hacía derramar lágrimas en todo el Gran Salón, y todos a la vez aplaudían en cada espacio que había, aplaudían y aparecía luego Cristina con otras bragas, bragas como el carmesí, y la sangre en la mente del hombre que la miraba fijamente aparecía, como verso y canto, y poema y oda. Terminó la primera parte y se baja el telón, llovían los aplausos como en el peor de los inviernos, llovían lágrimas por parte de la abuela y él, el señor que sentado estaba en el centro se levantó.

Regresó diez minutos después, que era lo que tomaba el receso de la obra en su mitad, se sentó y a los dos minutos el grito más fuerte en toda la sala resonó en cada esquina dejando sordos por unos instantes a los espectadores que la llenaban de cabo a rabo, y otros gritos acompañaron, y la desesperación crecía como perros antes de una pelea, crecía el temor, la intriga, crecía el entusiasmo, crecía la euforia y apareció un hombre en un traje negro, el que tenía el otro papel importante, el novio de la puta más triste apareció y gritaba: ¡La han matado!, ¡LA HAN MATADO!... Y gritaba, y luego el padre también gritaba, y la abuela, y la madre, y los dos hermanos, y la otra hermana, todos al unísono gritaban. El Gran Salón estalló en llanto y gritos, la muchedumbre empezó a levantarse y entre la desesperación y el ajetreo de todos los presentes varios cayeron. Él seguía en su centro, sentado y tranquilo, y miraba como todos desesperados se hacían menos, y menos, y menos, y nada...

lunes, 29 de marzo de 2010

El postre de Dodó


E
n los abrazos más profundos que Dodó me regaló comprendí la maldad humana de un modo perfecto, y de otro modo sus caricias en mí dejaban su peste, como rata ella y yo su cloaca, así sus caricias se volvieron contra mí como la más horrorosa peste. En su bondad pasajera me cortó seis dedos, inmolando mi carne para la cena y sobre la mesa, con un sabor dulce comí desde su boca lo que antes me pertenecía, como dije, de un modo dulce. Salía Dodó cualquier tarde de frío, porque la ciudad que le pertenecía jamás percibió siquiera un halo de luz, siquiera, algo cercano a eso llamado la luz.

Jamás hubo algo que decir, porque sus rugidos todos eran maldiciones y nada más, porque sus chillidos todos fueron lamentos y nada más. ¿Qué miráis?, preguntaba mientras que de mis manos la sangre se vertía sobre la cama. ¿Qué miráis?, preguntaba otra vez mientras yo desde la cama, a punto de desfallecer, la adoraba. Dodó recogió la harina de trigo aún no preparada, juntó un poco de leche rancia y puso todo sobre un recipiente rojo. No lavó sus manos porque el tiempo siempre resultó valioso, rompió los huevos blancos que eran los únicos colores puros en toda la casa, sí, el único color que jamás se mezclaba con rojo. ¿Qué miráis?, volvió a preguntar cuando mis ojos se detuvieron en sus dos tetas. Te podría matar y a nadie le importaría decía mientras con sus manos amasaba lo que más tarde sería algo dulce. Ven, me dijo. Yo me acerqué casi desmayado, a punto de morir doce veces, sentí luego como de una manera delicada un ojo mío era extirpado de su centro, segundos después, un golpe en mi costado produjo un chorro de sangre, vertió ella desde ahí para la masa. Aquí está la receta final...

Puso Dodó mi corazón en un plato, mientras sus ojos brillaban fuertemente. Aquí está la receta de mi postre favorito. Y al ver mi cuerpo mutilado por partes se puso a llorar, como dos ríos lloró, sí, me devoró después como se devora al niño no nacido. Soy feliz, soy feliz ahora que te tengo dentro mío, soy feliz porque eres parte de mí. Y Dodó cayó, de un modo como quien cae en la guerra luego de ser herido, cayó, como quien cae luego de un orgasmo, o dos... Mi niño duerme otra vez en mí, mi niño duerme otra vez en mí decía con la mayor felicidad de todas. ¡Y vomitó!, porque tanto asco de imaginar nuevamente algo dentro suyo era abominable, vomitó, porque también antes lo había vomitado desde su sexo. Dodó miró después, entre el parqué y esa mezcla insípida parte de un dedo, y cual perro voraz dio un estrepitoso brinco y devoró insaciable toda marca de que alguna vez, algo humano había salido de ella. Otra vez...

Dedicado extensamente a todas las madres que jamás fueron madres, por culpa de la humanidad mediocre en la existencia pasajera que habitó en sus vientres.

sábado, 27 de marzo de 2010

Doce


M
i primera aspirina,
mi primera fumada,
mi primera novia,
mi primera Catalina.

Mi primera nostalgia,
mi primera novela,
mi primera cantera,
mi primera Noelia.

Mi primera escopeta,
mi primera puntada,
mi primera patada,
mi primera Natalia.

Mi primera Vendetta,
mi primera goleta,
mi primera rabieta,
mi primera Julieta.

Mi primera maleta,
mi primera coleta,
mi primera veleta,
mi primera Lucita.

lunes, 22 de marzo de 2010

Nuestro primer año juntos (Instante doce)


Desde el silencio más puro hasta el grito más profundo, hallarás siempre un Te Amo.
-O dos...


Acto primero.

¡Pero qué hermosa era! me decía, hermosa y maravillosa.

-Señorita, ¿desea bailar?
-No.
-Señorita, tampoco yo, pero con Usted bailo lo que sea.
-No.
-Señorita, no tanto lo que sea, ¡un vals!
-No.

Pero que hermosa era... me decía, maravillosa y hermosa.

-Señorita, ¿desea bailar conmigo?
-No.
-Señorita, tampoco yo, pero puedo bailar yo con Usted.
-Okay.

Ha pasado el tiempo, y pesa como el metal, entre la tristeza y la soledad acompañada. Ha pasado el gesto, y besa como besa también una mujer abandonada, entre la decadencia y la remembranza. A duras penas comprendí después que la nostalgia era siempre pasajera, pero que siempre también, estaría presente.

Acto segundo.

-Señorita, es Usted muy bella.
-Eso ya lo sé.
-Señorita, sus labios saben a vino tinto.
-Eso también ya lo sé.
-Señorita, su boca sabe a vino tinto y además, la amo.
-También eso lo sé...

Y comprendí que entre la noche con sabor a vino tinto y el frío los amores son menos breves, y que la angustia que más se parecía a una resaca me devolvería cada instante en besos ya no robados. Comprendí, que la dulzura pura de una Princesa sería mía, que la más hermosa Princesa de la boca de fresa, sería mía.

Acto tercero.

-Señor, es Usted hermoso.
-No lo sabía.
-Señor, es Usted hermoso y su boca sabe a tinto.
-Lo segundo sí que lo sé.
-Señor... lo amo...
-Yo también señorita, la amo.
-Pero que no quede constancia de mi amor por Usted.
-¡Ya quedó!, el sabor a tinto sigue en mi boca.
-Entonces lo amo aún más.

Y comprendí, que todo era mejor a su lado, que era mejor y que era también feliz, nuevamente. Porque ni en sueños la vi venir, y eso que de soñador yo, tengo bastante. Comprendí también, que su boca siempre fue mía, y su sabor también, eternamente mío. Así todo se resuma en un leve segundo.

A la Princesa de la boca de fresa, que justo ahí, supe el verdadero sabor de un beso.

A Cambalache, for sentimental reasons.

sábado, 20 de marzo de 2010

El verso de la mujer noche


En mi oído percibí su voz, tan suave, tan frágil, tan demoníaca. Asesínala, asesínala decía la voz, dulcemente como quien manda a amar, así también me susurraba su voz. Yo tuve un minuto de presagios sangrientos, como quien implora humedad sobre el desierto, así también su voz me prometía humedad, tanta roja humedad. Miré en lo alto de las enredaderas las uvas aún no maduras, uvas que más tarde terminarían dentro de una botella oscura, quizá verde, quizá azul, mas la voz imploraba únicamente por rojo, un rojo que a la luz de la natural luna llena crezca como el medallón que late en el pecho, ese medallón que excita toda idea agitándose más y más, y más...
Supuse una pequeña habitación entre la fábrica de maldiciones y mis manos torpes. Ataré sus pies aquí, sus manos allá, y de un golpe tan seco romperé su cráneo, pensaba. Pero la voz susurraba, asesínala por mí, bajo la negra noche desprende su vida de su carne, asesínala decía la voz, dulce como el manjar y la miel. Cuando la vi venir no pude contener un tenue grito que mas parecía un quejido, un chasquido en consecuencia de ver esos dos profundos ojos azules que me miraban como quien algo espera, que me miraban tiernamente, y tímida, muy tímida supuso lo siguiente: Tienes tú en las manos algo que mi atención llama, ¿es acaso una navaja?, y mientras las piernas abría continuó, ven, fóllame... Sospeché que la noche ya había llegado a su fin, en mi cabeza las constantes repeticiones de esa voz maligna me inquietaban mucho más que antes, asesínala, quítale la piel mientras pueda moverse y, en esos dos ojos derrama el aceite que hierve en la cocina. La miré, y en su vestido azul su blanca piel resaltaban aún más esos dos ojos. No podría hacerte daño, pensé, y mientras le quitaba el vestido con la mano izquierda la otra acariciaba el vientre de la muchacha con la navaja, y ella, empezó a moverse como un lento vals, y cuando cayó al suelo la prenda ella se estremeció. Ven, fóllame, por piedad te lo pido, repetía varias veces y la voz, esa terrible voz en las profundidades más recónditas de mi cabeza sin precedentes gritaba, y no era ya la dulce y tierna voz, sino una totalmente perversa, detestable, indeseable. Mátala, planta en su pecho deforme la punta de la navaja, planta en su sexo tu deseo inquebrantable, ¡perfora con el puñal su pescuezo! ¡mátala! ¡MÁTALA!, como eco una y otra vez, y otra y otra vez de oído a oído viajaba. Cuando uno de los pechos de la muchacha despertaba en mi mano izquierda ella dejó escapar de su boca las palabras que a mi locura también despertara, las palabras que jamás se deberían decir al asesino que juega con las navajas de la casa, las palabras malditas, aquellas que eran peor que el dulce verso de la mujer en mi cabeza. Te amo, dijo, te amo y mi mano sin poder contener su fuerza atravesó su cuerpo miles de veces, y tantas fueron que ni yo habría podido reconocer su cuerpo, ni sus facciones, ni su alma, porque hasta su alma corté de lado a lado, y luego de haberle regalado los más profundos tajos, dulcemente hice lo que tanto me pedía... lo que tanto ella quería.

viernes, 19 de marzo de 2010

Desde tus adentros


C desde el fondo, tu fondo, desgarrando parte de tu carne y a la vez también mi carne, abrí con los pies de forma arrogante tus labios, los que no saben dar besos con lengua. Sí, tan dulcemente empotrado estaba, de tu matriz me vomitaste, de modo repugnante que llega a tornarse en bello. Caí desde el fondo, tu fondo, magullando tu sexo y en sangre bañado, leve como el pasto gris, fuerte como el peso del mal nací. Desde tus profundidades me escupiste, hermoso salí, perfecto como el mundo en sus inicios, y me corrompí.
Caí desde el fondo, tu fondo, lastimando parte de tu piel y a la vez también mi piel, abrí los ojos y no grité, vi el consuelo de dos manos golpeando mi cuerpo, mas no lloré. Ya no respiraba de tu agua, y cuando en tus brazos estaba me dormí. Caí desde el fondo, tu fondo, desde lo más adentro de tu existir.

jueves, 18 de marzo de 2010

La soledad también se llama Carlota


Ella era la madre de todas las madres, en sus manos palidecidas las marcas del agua dormían y yo, en su ceno vivía. Adoraba la locura y la risa, los gestos pobres, a su niño muerto, adoraba las rosas rojas, lo verde, lo llano, lo blanco y lo negro. Ella era la vida, la inspiración después de la mía, era el canto que mi alma unicamente quería. Ella era el sol cuando la lluvia tenue nacía, era el mundo, su agua, la tierra, y en su tallo mis caricias crecían. Ha muerto la luz gritaban, ha muerto la vida, otra vez gritaban. Nací entre la noche y el amanecer, entre verde y marrón, nací con ella y ahora sin ella estoy. Un veintiséis, y no de otoño.

Ella era la madre de todas las madres, en sus pies las huellas del suelo dormían y yo, en su cuello pedía; su risa, su beso, sus manos y alegría. Amaba el campo, la mar, el grito y la harina, y yo, la veía desde abajo, tan grande y majestuosa, tan olvidada, y sufría. Entre la cantidad y la mesura, sus abrazos todos fueron míos, y curó mis heridas, y creció conmigo, y a mi lado su perdón se hizo eterno, sí, la amaba y ahora que sin ella estoy quisiera aprender a morir también, por ella. Que me dio la vida eterna, esa que dura menos de cien años, que me dio la risa eterna, esa que dura dos segundos, que me dio lo que más me dio, eso que dura para siempre y que se llama soledad, la más profunda y devastadora soledad.

Ella era la madre de todas las madres, en su vientre las huellas de sus hijos crecían y yo, como la fiebre en su interior me mecía, y crecí, y viví, y sentí su piel junto a la mía, en sus labios el beso profundo lamía, y gritaba, y gritaba, y gritaba y moría... Que murió sin mí en marzo, que se alejó, que se escapó, que desahuciada quedó, mi vida, mi alma, mi casa. Sus ojos tristes regaban como dos ríos sus laderas en cada mejilla, en su nariz colgaban las gotas tristes, los gritos viejos, la melancolía. Que me dejó lo sé, para siempre, y en su cajón hice bailar sus cabellos de alegría, y en su cajón la amé como jamás la había amado, en su cajón, su quietud inalcanzable me hizo temblar en agonía. La amé, por todos los momentos, la amé, porque de ella supe que la vida pesaba por su tristeza, y que la alegría era el pan de los pobres, y que siempre la amaría.

Ella era la madre de todas las madres, en su boca la gloria de todas las vidas tenía y yo, como el vivo más muerto de todos la dejaría, y morí, y morí, y con ella morí todos los días. Que me ha dejado lo sé, la peor de las agonías, que se a marchado lo sé, a donde se pierden las lejanías, y que yo, amablemente haré danzar sus cabellos, el Gran día.

Dedicado a la madre de todas las madres, que en su vientre me forjé como el mejor de los anillos, que en sus manos crecí como el mejor de los inmortales. A mi madre Carlota, que aprendí a amarle tanto como jamás la amé, luego de haberla perdido.

miércoles, 17 de marzo de 2010

El rey sapo


El rey se sienta sobre el elefante y de la piedra un sapo nace, el mismo rey en elefante se transforma mientras que de la piedra se forma otro sapo, uno desagradable, asqueroso, algo que va más allá de una dulzura un tanto desmesurada, algo maravilloso. Dos gordas escorpiones comen, y de su veneno la vida brota, como en el centeno la negrura de la muerte. Una mala mujer con peluca me mira y se resiste con las piernas, a su mitad, desde la carne profunda, ahí también como elefante la roca perforaré. El rey sapo en hombre se transforma, y del mismo hombre nace otro sapo, como en su centro de sutiles conchas la perla podrida guarda, la garnacha podrida esconde, algo que quizá en carne se transforme, una roja y viva carne de sapo y de elefante, y así la humanidad se alimentará. El rey se sienta sobre el elefante y de la piedra nace un sapo, el mismo sapo se transforma en hombre, mientras que del elefante otro hombre nace, uno repugnante, inmundo, algo que va más allá de la santidad, algo grandioso. Comen las mismas gordas su excremento negro, y de sus bocas el veneno brota como saliva, como vida enmarañada a otra vida, así hasta que el rey sapo mate al elefante, y al hombre. La misma mala mujer ahora sin peluca me mira y se resiste entre las piernas, a su mitad, sembraré yo al rey sapo.

Escrito en una noche de lluvia, entre el croar de un sapo y el pasar de un río. (Febrero, Tunín.)

sábado, 6 de marzo de 2010

El beso más hermoso del mundo


E
n el beso mayúsculo de las manos te encuentro,
como en una pelea contra la prenda,
así también te toco.
En el mueble minúsculo de mis manos te beso,
como en una batalla contra el vestido,
así también te siento.

Ha crecido el deseo que tu cuerpo provoca,
como verso hermoso en la boca del poeta,
como la mar en tiempos de cólera,
como ímpetu de tu lengua que mi lengua hace temblar.

En el vestido de tela suave me meto,
entre caricias que tus piernas ofrecen,
fingiendo dibujar mis besos,
y te beso,
de modo mayúsculo,
y me besas,
porque tu lengua mi alma hace estremecer.

Ha crecido el deseo que tu forma provoca,
como el bandoneón de un Tango-Bar argentino,
y me pierdo,
y te pierdes,
entre la excitación máxima de dos lenguas
aferradas con la misma alma,
así hasta que todo se haga nada,
y vuelo,
y vuelas,
y una vez más... te beso.

Dedicado a los labios más sublimes, que cuando besan todo se convierte en nada, y vuelo, y vivo, y los vuelvo a besar hasta que la nada se convierta en todo.