sábado, 30 de octubre de 2010

Historia de un perdedor


Imagen de Mondragón de Malatesta, habitación vacía, 'Muñeca de trapo'.


Recueste su cuerpo sobre la cama, sé que no es gran riqueza no, pero deje caer su cuerpo de papel sobre la cama, per favore, que le contaré estimada nada mía, le narraré cada estrofa de mi muerte, yes miss, de mi tan intratable muerte.

Nací hace algunas décadas, decadentes décadas, nací entre la maleza de algunas hierbas que el hombre no procura, sobreviví cerca a un pozo, cerca a la madera, lejos de la civilización de mierda, lejos del hormigón, no, no me mire así, disculpe mi ordinario lenguaje, pero no intento exaltar más sus mentes, porque sé, querida odiada mía, que muchas mentes tiene, bajo sus pechos, sobre sus tetas.

Mi madre era una amarga mujer, que tenía azúcar en los cabellos, que adoraba los caballos, que cargaba en su paladar, las angustias más humanas, de aquel mundo color sangre. El río en su distancia susurraba nutrias poco educadas, que en las piedras colocaban blancas sus panzas, y al leve ruido de un motor, el chapuzón llegaba, bellas nutrias de comeres horrorosos, brutales, pobres peces, alimento de aquellos perros de río. Los suelos eran granos de café contra el sol, como cacao olvidando su piel carnosa, el árbol mutilado extrañaba su raíz, la resaca insaciable de padre, se adoraba. Crecí nadando por ciudades, distintas y lloronas, secas como aquellas tetas de la perra que no promulgó hijo alguno, derroté a los demonios, me vencieron las arañas, me subí por los techos de un norte pequeñito, peligroso, ruidoso y sin luz alargados días.

Cuando cumplí doce, supuse que hallar dinero en la cartera de padre era natural, que festejar sus putas, dentro de los hoteles más caros, era natural, que beber whiskey con él, era natural. No me ensañaron en mis años pocos, que la mano jamás sufre de las penalidades de la masturbación, sino que son las ganas, las que se terminan, cuando el eyacular se hace visible. Vendí drogas a los niños agigantados, sí, esas drogas que dios permite, me revolqué con algunas hembras, y también con algunos machos, besé a los amigos, en los labios y también en los falos, escupí las ideologías, leí pocos libros, coleccioné miles, derroqué sus hojas, batallé con ellas, dentro de habitaciones que jamás fueron mías. Vi las fieles infidelidades de padre, las borrascosas llamaradas de madre, en sus ojos como el café que luchaban contra el sol, sí, señorita, por favor, no se mueva, así, desnuda y abierta de manos, está perfecta.

Cuando me fortificaba aligerado, noté que había muerto muchas veces, y aquí inicia, el sinnúmero de muertes que mantuve conmigo; mencionaré la primera y más importante: Cuando Amelia me conoció, yo disfrutaba de una mujer en vísperas de boda, y cuando amé a la bruja tal, la casada me folló de mil maneras, en el escritorio de padre, en el cuarto de madre, en la puta sala, de hermanares. Ya en el post castigo de una casada fiel a mí, de una novia sin verdades fiel a mí, y un engaño de mierda, que me consumía cada noche, con la mujer que no era Amelia, me hizo gritar, la única crueldad, que jamás debí pronunciar.

Mis piernas se hicieron rocas fúnebres, mi panza creció, mi peso se hizo estático por la bulimia tan ajetreada. Comí de medusas, destrocé sus serpientes, arropé sus vergas, como cántaros rotos los armé, y también los amé. Mantuve cierta distancia entre dios y mi biblia, porque con ella, yo construí los liendrecitos de hachís más celestiales de mis años, y con dios, tropecé tantas veces, que mejor era olvidarlo. Fui Abel cuando hice que dios detestara a mi enemigo, fui Caín, cuando tomando la mandíbula de un animal, rompí, el cántaro llamado cráneo, de hermanares. Mi piel fue cuna de los Hércules, en la infancia que duró seis segundos, en mis talones yacían todos los Aquiles, y de pronto siento que he muerto, y revivo, y muero, y traspiro. ¡Oh fiebre maldita!

Hace dos días, cuando me consagré rey de los perdedores, bajé a los infiernos, vi como ardía ella, Luci al rojo vivo, mostrando sus tetas, chupando sus pezones, recordé cuando era yo una puta, cuando era yo un vecino. Hace dos minutos, veo la pintura cuarteadada, el ahorcado de mi habitación, los libros, la cama, el sofá, mi cartera, mis bolsillos, y cuenta me doy, que sigo muriendo, que nacer es imposible, que impasible es el tiempo, y la vida de mierda, que me ha tocado vivir. Señorita, por favor, no se quite la piel, no es necesario tanta confianza, se lo pido por piedad, no me asesine una vez más.

Fue así, que acomodé a la señorita dentro del armario, como cada noche, luego de limpiarla, porque el fluido sobre la masilla avinagra mis deseos, bajo sus tiesas manos, su boca es una piedra, y me besa, y paso delante de un espejo, lindo maniquí me dice, le puteo, me aflijo, y empiezo una vez más, la misma historia de cada noche.

viernes, 22 de octubre de 2010

Veintidós (Poema a la boca de Mademoiselle Ivonne)



Dentro de aquel espacio, donde se esconde tu lengua, ¡dios mío!, he hallado el cielo.


Mademoiselle Ivonne
tu boca,
es del tango su bandoneón,
Mademoiselle Ivonne
tu boca,
es de la madera su encanto.

Retorcí
de las flores aquellos tallos
mudos señores,
alargados señores
que acomodé en tus labios.

Mademoiselle Ivonne
tu boca,
es de la noche su luz
Mademoiselle Ivonne
tu boca,
es del teatro su telón.

Escogí
del cielo aquellas pecas
iluminadas señoras,
inalcanzables señoras
que coloqué en tus labios.

Mademoiselle Ivonne
tu boca,
es del agua su humedad,
Mademoiselle Ivonne
tu boca,
es de mi boca su utopía.

A Cambalache, for sentimental reasons.

jueves, 14 de octubre de 2010

¿Verdá o consecuencia?


Q
ueridos lectores, y es que queridos son, queridos como el viento en su llanura más bella, queridos como el sol sobre las olas de los más horrorosos veranos. Lectores queridos, son pocos, pero son; con su distancia y no, con sus locuras y no, con sus permanencias y no.

Ha llegado el momento de dirigirme a ustedes, como disparo de cañón, como lengua de gato en la piel, como yo, contra ustedes.

Soy:

1) Un ser sumamente atormentado
2) Un heterosexual marica
3) Un niño gigante
4) Un gato sin perra
5) Un verbo irregular
6) Una puta fielmente casada
7) Un escribidor mudo
8) Un vivo que ya murió
9) Un dios sin descendencia
0) Una nada...

Queridos, lectores míos, y de todos, quisiera responderles, si alguno preguntar quiere, si hay uno, que mantiene, su silla en mi mesa (aún) Si alguno, levanta su copa, conmigo.

No soy:

1) Un ser bondadoso
2) Un hombre piadoso
3) Un niño educado
4) Un creyente
5) Un ser racional
6) Un poeta
7) Un lector
8) Un rey de reyes
9) Un animal feliz
0) Nada...

A quien me leyere, le dejo lo único que puedo ofrecer; mis líneas.

viernes, 8 de octubre de 2010

La nana de los niños muertos


Imagen de Pensamientos, Blogs de pensamientos.


Había penetrado una vez más a la mujer que sangraba, mes a mes, de dos en dos, de tres a seis. Ella insultó mi mutilado esperma, quizá en su lenta presencia, buscaba algo que tal vez no manche la cama con su blanquecino color. En sus verdes ojos como el hachís antes de ser quemado descubrí mi naturaleza salvaje, descontrolada, eufórica, mi naturaleza animal. Es que tener entre mis manos ese frágil pescuezo, o mis palmas aleteando entre sus nalgas, o escupiendo mi lengua como bala entre sus dientes, ¡dios mío de mi vida!, yo no podía contenerme, no podía contener mi caudal, mucho menos prevenir mi locura, aquella estúpida locura. Cuando por fin pude balbucear luego de algunos años esas dos palabras asesinas de sentimientos absurdos, cuando por fin, pude desvelarme por las ideas de cómo no asesinar a aquella dama, cuenta me di, que perdido estaba, perdido y sumido en una de las más aniquiladoras catástrofes humanas.

Te quiero, le dije. Y me miró con ese acento verde.
Te quiero, le dije. Y me insultó con ese tono verde.

Vi luego como se levantaba aquella hermosa dama de la cama donde se hallaba, con ojos de querer matarme, con labios de no querer besarme, con manos de no querer follarme, y es que con esas manos ella hizo que yo me desangrara, claro, porque ahora mi sangre es como la nieve, como la nieve que ella apetece con la boca. Se levantó, y desde la puerta antes de cerrarla de reojo me obsequió el adiós más duradero de toda mi vida. Adiós con un ojo, adiós de lado, adiós hasta hoy.

Te quiero, le dije. Y me apuntó sin disparar con esas dos armas verdes.

Sentado ahora en este pequeño rincón, miro como la noche con su negro vestir se une al humo del tabaco mal quemado, observo el sonido de las manecillas jodiéndose entre ellas, asesinando cada segundo sin la guerra de sus tetas, porque con estas dos manos yo detuve mil batallas contra ellas, y luego se desgarraban una a una, entre mis uñas. Porque mi salvajismo no permitía el romance común de los gatos, sino uno más grotesco, más carnal, infernal. Ella desde la puerta, con ese ojo de esquina, me dio la más descabellada despedida, y sentado ahora, en este pequeño rincón percibo mi inestable más tarde. Me levanté luego de la quinta botella de whiskey, luego del quinto renglón, luego de quinto liendrecito de hachís, me levanté oscilando, casi casi cayendo, ya en pie me dirigí a esa pequeño espacio a mitad del salón, subí a la silla de madera negra, acomodé esa corbata extraña que la sombra de aquella puta dulcemente remendó en mi techo, la ajusté porque la elegancia jamás debe perecer, y ya con el traje completo, decidí estirar el cuerpo, imaginando a todos aquellos niños que murieron dentro de ella, porque tal vez mañana, cuando despierte, ella esté nuevamente sobre mi cama.