viernes, 2 de marzo de 2012

La sonrisa idiota y el sacón rojo



Con decirte que ya son varios días sin salir, ¿puedes creerlo?, pero he sido moderadamente infeliz...

Nacho Vegas





Su lengua hizo un dibujo dentro de mi boca cuando todo callaba, me tocó el rostro con la mano derecha mientras su izquierda sostenía una copa con bebida de ajenjo, el maravilloso momento de una caricia que perece a los segundos, sus grandes pechos encerrados en ese diabólico corsé enardecían mis ganas de dispararme hacia ese escote moderno, y liberar así lo que sujetaban injustamente. Sus labios rojo gastado y pálido rostro parecían hermanos que se odiaban cuando sus piernas se abrazaban, y las miraba hasta que en mi diestra explotó mi copa, todo se hizo como sus labios y su rostro, una lenta canción estancada en el aire, mi débil pulso, mi sonrisa idiota, su hermoso sacón rojo...

Aparecimos encerrados en una habitación de seis por seis, una vieja cama que padecía más que nosotros, la ventana no abría, el calor del bar sofocaron las ganas de no sudar más, su sacón abrigaba una silla café, sus bragas y el corsé a un lado. Festejó dos besos, como diciendo que se iba, yo apetecía un trago, arrancarme el aroma de vainilla que su pescuezo poseía y resaca para la mañana. Ahogué cada gota de mi lengua dentro de su boca, lloré fluidos interminables dentro suyo, sus pechos volvían a sujetarse por aquella prenda injusta que a la vida aborrecía, y bailó un adiós moderno, sus caderas pedían sustancias antiguas que mi cuerpo intentaba olvidar, y ya desde la puerta con sus pestañas me mandó un poco de viento, me apreté en las sábanas y al despertar, sólo quedaron, mi sonrisa idiota y el hermoso sacón rojo en la silla, como pidiendo volverme a ver.




Agonía.

Ay de mi verbo
qué sino muerte
qué sino odio
qué sino agonizar lentamente.

Ay de mi estirpe
qué sino desolación
qué sino estorbo
qué sino abortar dulcemente.




La danza del pez.

Muerto sobre la roca inicia
la danza putrefacta del pez
y las moscas ruegan
así como el buitre sobre la carne
un recital moderno de odio
como semen sobre el pubis
todo hasta callarme.



Al vino.

Si de mujer salieras
ahí entre sus piernas madurarías tu aroma
si de mujer salieras...



Sueño para la tarde y noche.

Como una fuerte jaqueca
un vinilo sonoro aparece
vestido de gris y azul marino
es jueves y la semana no muere
es jueves y todavía no me corro.

Como un asqueroso dolor de seso
un vestido café se deja ver
tus piernas dudan al abrirse
pero es jueves y se hace más tarde
es jueves y aún no te corres.

Como un movimiento de cabeza
aniquilas el tiempo dentro
y desnuda caminas hasta el cuarto de baño
moviendo el culo y todavía no me corro
es suficiente por hoy dices tú
el viernes empieza a correr.



La pálida roca.

Muerdo la roca
y mi lengua desaparece
siento mis labios duros
y aparecen cosquillas desde mis pies cuando los muerdo
-pero ya no es roca
me doblo en la espalda del tiempo
subo hasta el techo y mi cabeza gira
la roca es suave
casi dulce
mi voz se raja
como un hombre que ha fumado su vida entera
y en el parqué veo restos del techo
puntos blancos por doquier
la locura da frutos como truenos en mi paladar
los lamo arrodillado
hago de mi ser un estropajo ridículo
me siento un muerto
y justo cuando el tiempo se detiene
la roca se confiesa
es cuando le doy un soplido
y todo desaparece.




Papel para cortar.

Una piscina para pensar sobre ti
de sueño ligero en el estacionamiento
y no vuelvas
no vuelvas si no estará todo bien
dulce sobre dulce
y nada vuelve a ser
un breve sueño,
sólo después del amanecer.

Desde aquí nombro a Spencer
y se limita a mandar papel para cortar
esta noche sufriré un año
porque pensaré en cuando volverás
y el azúcar en la cocina me dirá que no
el pan reirá
porque sólo llega papel para cortar.

En la rivera posan las aves
que sólo es un sueño después de todo
ya que siempre vuelo a tu ventana
y dices: todo estará bien
pero no quiero papel para cortar
que ya nada es igual
y en el breve sueño
que sólo es un sueño
-luego del amanecer
hallo solamente papel para cortar.



Aroma de sol.

Al pez doy gracias
por su aroma de sol
porque apestar es poesía
cuando el can se aferra a su dueño
y éste lo asesina.

¡Oh larga poesía del odio!

Que baje dios y mee
todo ello que su hijo supuesto dejó
con sus peces entre sus manos
que cogeré mis bolas
y a él también gracias le daré
por su asqueroso aroma de sol.