jueves, 31 de diciembre de 2009

El último grito


"Oh perfecta blancura del diablo
Señor de la mierda y de la muerte
Cadáver que se desliza Sobre tus tetas,
que tapa como el perro
Con tierra sus heces
Oh tú, perfecta venganza de escribir

-el crimen moral al que se llega por escrito"-

Leopoldo María Panero


Noche, que a la soledad esputas, pereces como en el trigal los difuntos.
Muerte, que a mi lecho escapas, me follas como en el burdel una ramera.
Hombres del más allá, que como moscas plantan en la espalda marrón sus huevos putrefactos; jadeos de otros muertos, otros que ya justificaron su divinidad y su letargo.
Carne, que en la boca disimulas el olor, a niño no nacido sabes.
Mujer, que a mis manos te sometes, lloras tu imperfección desde el pavimento.
Caballos del infinito, que en sus cascos de plata perciben el quejido de los recién nacidos; chillidos de grillos, que entre la hojarasca y la quebrada quitan el sustento del jaco.

Ya no tengo más gritos que los tuyos, morirás más tarde, luego del beso infinito.

Sin más qué decir...

jueves, 24 de diciembre de 2009

Deseos indeseados


Casi se acerca ya el fin del año dos mil nueve, rápido para muchos, lento para otros. Sea como fuere, aquí o allá, les deseo fervientemente una feliz navidad, y un terrible año nuevo. Gracias a los que por aquí han pasado, en tiempos de tanta nostalgia y mucho calentamiento global. En tiempos de guerras y de poca paz. Gracias, a cada uno. Adiós por este año.

martes, 22 de diciembre de 2009

Veintidós (Instante nueve)


En besos de hachís y de vino, en besos robados, regalados, mendigados; en todos esos besos, siempre encontré tus labios
.

Yo la vi, desde lo alto de la enredadera cuando era yo un pájaro, atrapado de muerte. Rompí mis alas y también agoté mis fuerzas, aún así la vi. Ella respiraba el humo de la noche y la noche le enredó de muerte. Ajusté mis plumas como para no volar jamás y, expirando mi último suspiro le quité aquellas garras nocturnas, cayendo luego a sus pies, totalmente desahuciado, ¡agónico!
Ahora pues, me vio ella desde lo alto de la oscuridad cuando era yo un pájaro. Rompió su temor y en sus manos me tomó regalándome suaves caricias, como en el cielo las nubes rascan la panza de dios, así me tomó. En sus ojos de miel quemada me reconocí y, recordé cuan frágil era mi vida fuera de ella, alejada de ese tinto corazón de algodón dulce.

Es martes, y los martes pesan por su tristeza, ya no soy un pájaro, pero aún estoy entre sus manos, entre sus dos manos de frágil oro celeste. Volando como en el cielo vuelan aquellos gorriones blancos que a la forma escapan, volando como gaviotas entre sus dos pechos de algodón dulce y su boca. Es martes, y los martes pesan por su nostalgia, ya no tengo plumas, pero aún tengo su piel de seda que cubre mi existencia, esa piel, que a la vez se queda también con mis caricias.

Yo la vi, desde lo alto de la enredadera, cuando era yo, aún un pájaro.


A Cambalache, for sentimental reasons.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La batalla del fin del mundo


La mujer preñada sabe lo que mi carne pesa, y desde su interior yo me atraganto con su sustento, así será hasta matarla.


Las guitarras amoldan en el viento sus notas que a pesar del sol no se calientan, vuelan mariposas invisibles y en sus lomos de escarcha cargan a los enanos llamados elfos defectuosos, llevan en esos lomos también a los jacos magullados y a otros muertos. Las vetustas hadas recogen frutas secas para el señor sapo y él, recoge moscas para el eterno dios de la sabiduría. El hambre crece en las barbas del pobre y en sus manos, el moho muta en ampollas, en sangre y ardor.
Hienas corren desnudas a lo largo de un vientre llamado tierra, y de ella emergen los cráneos que antes otros han enterrado, como frutas rojas elevan su tamaño apuntando hacia el sol, y es el sol el que baña todo el valle con su luminosidad. De la costa este delfines se mueven entre la tierra y la nieve, cantando cosas que otros peces les enseñaron para entrenar a la humanidad, y en sus lomos de plata cargan a los gigantes llamados elfos perfectos, traen con ellos espadas blancas y piedras negras. Las jóvenes brujas recogen semillas húmedas de la boca del búho y él, entrega sus ojos para vencer a la oscuridad. El frío crece como crece la hierba mala, y quema con su seco temblor hasta la última gota de sangre de los guerreros del norte, matándolos sin siquiera luchar.
El viejo mayor levanta las manos y una flecha parte su corazón antes que sus rodillas toquen el suelo, el segundo dueño de la humanidad ha caído, y con él, dos mil niños inocentes.
Del otro lado del mar, grandes barcazas se hunden en el olvido, las que antes surcaban orgullosas hoy se ven desmoronadas ante un leve suspiro de la mar, mueren ahí, miles de seres, entre niñas y mujeres. Perros sin piel nadan entre la carne y el lodo, buscando corazones e hígados para alimentarse, en sus lomos heridas que dejaron otros secan poco a poco.
El viejo menor se toca la barba, otra flecha perfora su cabeza y muere antes que su cara toque la negra y fértil tierra, el primer dueño de la humanidad ha caído, y con él, los niños restantes...

Inspirado en uno de esos sueños que jamás se terminan de comprender.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Nieve azul y la gran ramera verde


"Antiguos sapos he buscado en el océano infinito".
Leopoldo María Panero.


Verlo solamente caminar era desagradable, en su cabellera sin peinar la grasa de los años se había acumulado, su barba mal oliente y amarilla recogía los restos de pequeñas migajas, sus uñas afiladas en la mugre le daban otro sabor a la mierda del suelo, sus prendas casi inútiles en invierno abrigaban totalmente su sexo, ¿qué más necesita un clochard?
Verlo solamente llorar era detestable, en sus gritos reclamaba a la pobreza un poco de miseria, sus labios partidos y sucios entrenaban a los microbios más desconocidos, su nariz quebrada y desviada ya no recordaba el etéreo sonido de respirar, sus ojos perdidos ya no distinguían lo bueno de lo malo...

Arrastra un pie, camina de lado, respira por la boca y tose cada dos minutos, arrastra otra vez el pie, mira al otro lado, respira por la boca y vuelve a toser, ¡se tira al piso!, algo parece alimento, ¡excremento de perro! Sí... otra buena comida en una semana, ¡dios ha de ser piadoso! pensaba en su interior. Mientras que sus dientes negros tomaban otro color y su feliz lengua se mojaba en saliva mientras se ponía de pie; y volvía a arrastrar el pie, y a toser, y a respirar por la boca, y a caminar de lado.

Verlo solamente reír era horrendo, en sus muecas exageradas se percibía una locura inalcanzable, en su boca poco visible se escondía el pavor más temible del silencio, en sus ojos profundos el vacío más abundante de llanto y tristeza era lamentable, sus manos tan deformes habían tomado la idea de una rama seca y mezcladas entre si, sus costillas se podían contar desde leguas de distancia, ¡un arpa! sí, un arma a cada lado.
Arrastra un pie, mira hacia adelante, una bolsa abierta por los perros nada bueno guarda, sigue caminando, tose, se toca la nariz, la barba, descubre un poco de tierra y vuelve a toser, camina, acomoda su nuevo saco roto y parchado por doquier, arrastra el pie nuevamente, otra bolsa abierta por los perros, nada bueno por qué agacharse. Alguien de lejos le lanza una piedra, un ojo pierde visión mientras algo caliente moja su rostro y su barba, se seca rápidamente, una piedra más golpea su cabeza, cae, ajusta su saco nuevo por si alguien quiere hacerse de el, ¡lo encontré yo! ¡Es mío! ¡Es mío! gritaba en su interior, otra piedra cierra su otro ojo, la sangre seca se confunde con la que vuelve a regar sus arrugas y la mierda de ayer, ajusta más su saco, y desfallece...

Va descendiendo a un lugar desconocido, una mujer de ojos verdes se acerca a él y le ofrece agua dulce como la noche, agua como jamás había bebido. El loco más loco del mundo se retuerce en el frío invierno mientras lo cubre una tenue nieve azul, y la luz de sus ojos que tristes respiran el perfume de aquella dulce mujer, que también como la noche era, se van apagando. Sí... aquella dama verde le cierra los ojos cuando él deja de respirar, los cubre con aquellos restos azules del cielo y se va.
-¿Eres un ángel? pregunta él en su interior. -No, solamente soy una puta más de aquí.
Sí... eres un ángel... dijo en su interior y murió...

viernes, 4 de diciembre de 2009

Cactus y sapos en el océano de mi garganta


¡Oh! no te olvidaré... ¡Oh! no te olvidaré...
-Gritaba la loca Marlén.

Como una súplica entras en mi ojo, como rayo asustado de sol eso también entra en mi garganta, pintando con su semen mi profundidad y la cicatriz. El polvo del cuervo quemado se levanta entre el humo de la cucaracha y los cactus; y son los sapos los que suben luego entre mi piel y mis huesos destrozando la oscuridad de mis manos, en mi interior descompuesto crecen como la sangre que es chupada y escupida con el veneno de la víbora. Nacen nuevamente el cactus y los sapos en mi boca, mientras el mal olor de la cama se extiende por el sucio suelo de carne marrón, provocando el camino de mi lengua entre el pálido polvo de la mesa y la lluvia muerta que hace daño. ¡Tengo cactus! El sapo es una ramera, que grita en mis oídos llenos de mujeres molidas, como el vómito de dios se dibujan entre el vestido y las espinas de mi espalda, que caen entre mi mierda y mi sangre para ser tomadas luego por el viejo que parece un limón seco, como un leve canto demencial.

¿Qué es la gracia? Preguntas sobre la cama vacía.
¿Qué eso que sale de mi entrepierna? Preguntas saliendo de la habitación vacía.
¿Qué es ese perfume dentro de mi piel? Preguntas cayendo por las gradas de la escalera en la casa vacía.

La calavera te ha quitado el vestido, mientras la luz de la niña que besa a Lucifer devora el cuerpo que ya no le pertenece y de él, es la aguja que crece en sus manos , finge ser el susurro de la noche para picarse luego con el falo de un sapo, ¡espinas de cactus en su sexo!
Como una súplica entras en mi otro ojo, con tu lengua y tus dedos pretendes la caridad de mi carne, obsceno como una monja sin piel, que ya su sustancia corresponde a mi lápida blanca, en mis dientes deformes la costra crece como la hierba. ¡Tengo sapos! El cactus es una ramera que ahuyenta al ser sombrío, antes que los pelos de esa mujer suban por mi sangre, que es como el elemento que antes fue mercurio, mientras de mis huellas las mandíbulas asesinan a todos los culos sonrosados y humildes que ellas han perforado.

¿Qué es esa cosa plateada que me perfora el sexo? Preguntas en mi interior.
¿Qué es esa sensación a mitad de mi boca? Preguntas cuando sales de mi interior.
¿Qué es esa cosa roja que sale de mis entrañas? Preguntas luego que el cuchillo de plata respira en el viento de la habitación vacía y te veo caer a mis pies...

Recreado e inspirado en todas las canciones del álbum "Panero", que aún me acompañan, a pesar del pesar.

martes, 1 de diciembre de 2009

Evocaciones


"Me gusta la mierda seca, porque así mi cuerpo no tiene frío".
Resquebrajados

Me enamoré de la venda de mi mano izquierda, porque es blanca como la nieve, y lo que no sea blanco no es glorioso ni grandioso. Como una puta de esquina, que si no es blanca como la espuma del mar del sur, la mataré, la mataré y haré de su piel una lisonja en las fauces del hambre, y la dejaré en las mandíbulas del hombre oscuro, para que sepa de esa manera lo que mi bondad pesa.
Me enamoré de la lluvia que se forma en mi vaso luego de poner dos pastillas efervescentes, es lo más cercano que tengo a lo natural, porque mi salvajismo no es de dios, y dios tampoco es blanco, no es blanco porque no es grandioso ni glorioso, no es como yo.
Me enamoré de una perra que era penetrada por un viejo, yo la tomé entre mis manos mientras ladraba de terror, y la follé también mientras sus patas escurridizas y desesperadas se movían entre mis piernas.
Me enamoré del gato, mientras tomaba su cuello y lo ajustaba cada vez más, lo ajustaba y apretaba, sentía como sus uñas se enfurecían con mi piel, se enfurecían con mi piel y la rasgaban, en mis ojos el gato vio mi fortaleza, y antes de morir me regaló ese canto tan patético como cantaba también, la niña de ocho años. Sí... aún recuerdo cuando gemía.
Me enamoré del pasto marrón que se quema en hojas escritas, mientras del humo nacía el sueño inalcanzable deduje en los pechos de mi tercera mujer el grito desmedido de su muerte, antes de abortar el llanto de sus ojos, ella goteaba, mientras yo la penetraba como también lo hice con aquella perra de la cual me enamoré.
Me enamoré de la rápida y furtiva morena asesinada, porque en sus manos el vitilígo hacía de esa parte algo como la nieve, aunque su fondo putrefacto se encuentre como en el vientre del gallinazo las vísceras se encuentran. No lo sé, no sé si matarla fue algo por gusto o simple perdida de tiempo, quizá un juego de aburrimiento, y quizá también mate a su niño, pero a este si lo mataré por odio, porque no tiene esa cura de la piel y no tiene nada blanco, ni los ojos, que ya en el piso se han secado como dos gotas de sangre...
Me enamoré de la carne muerta, esa carne que cuelga de mi costado y alimenta a la vez tu humanidad, me enamoré de todos los actos que en vida, me hiciste cometer por gracia divina de la mía...

Retales de un sueño de media noche.