miércoles, 10 de julio de 2013

Pág. 199




Hay un ángel hablando en mi habitación, o sucede que he bebido mucho, y eres tú chillando.

Mondragón de Malatesta







 Sólo después de algunas copas de güisqui.



Escribo mejor, o intento escribir mejor, -que no es lo mismo. Sólo después de haber bebido algunas copas de güisqui.
Sí, sucede a veces dijo la señorita de bragas negras, que llegaba a casa cuando yo le llamaba, con las mismas bragas negras que siempre adoré. Y mientras hacíamos el amor como dos animales en celo, intentaba imaginar el poema que podía escribirle, en ese instante, cuando eyaculaba en ella, me sucedía lo mismo que con el güisqui, intentaba follar mejor, -que no es lo mismo a follar mejor.






Luna rosada.

Leía a Charles en mi habitación, cuando entraste sin pedir permiso, mi gato te adoraba más que a mí y tú a esa mancha gris como a un buen amigo. Cargabas algunas tristezas en los ojos, la lluvia de invierno en los hombros y en el cabello. Entraste de puntillas para que mi hermano desde su habitación no escuche, ni mi madre desde la suya. Ya dentro cerraste la puerta tras de ti, una leve sonrisa se dibujó en tus labios, entonces me levanté y te alcancé una toalla. Secaste tu cabello con ella y también tu rostro. Te alcancé luego una camisa y las pantuflas que dejaste hace dos veranos. Yo me volví a recostar sobre la cama mientras tú ingresabas en el cuarto de baño, ya con la camisa puesta te acercaste hasta la cama y te recostaste junto a mí, colocaste tu cabeza húmeda sobre mi pecho y empezaste a llorar, yo sabía por qué, sabía por quién en todo caso, y me dolía, en lo más profundo de mis huesos me dolía. Acaricie tu pelo como lo hacía cada noche que llegabas a contarme cómo te habían roto el corazón una vez más. Sucedió con Paúl, con Tomás, con Fred, hasta con el pelirrojo de Francisco. Con todos siempre estaba yo ahí para tratar de tranquilizarte.

Para cuando dejaste de llorar habían pasado unos minutos, la TV prendida en un canal que no importaba sólo nos servía como escondite a nuestras palabras. Sequé tus ojos, tu pelo todavía seguía húmedo. La lluvia seguía cayendo y desde mi ventana abierta ingresaba un aire fresco, las gotas en la tierra, el aire en los árboles, todo eso entraba por la ventana, y tú ya quieta y seca, desde los ojos me dejabas un beso en la mejilla. Esa noche dormías conmigo, eso significaba que yo no podría masturbarme ayudándome con el canal de adultos que empezaba a la media noche.

Hablamos de algunas cosas que jamás importaban, reías mientras en la TV seguían sucediendo cosas que tampoco importaban, tu cabello menos húmedo, como tus ojos, te hacías más hermosa. Pasados algunos minutos nos quedamos dormidos, tú sobre mi pecho y mi brazo bordeando tu cabeza, enganchados como los ángeles más hermosos de la tierra. A la mañana siguiente mi madre colocaba fresas frescas sobre la mesa, jugo de naranja y algunas tostadas con mermelada. Yo bajaba y las subía hasta mi habitación, ambos desayunábamos ahí hasta que ella vaya al trabajo y mi hermano al colegio. Entonces volvíamos a dormir unas horas más abrazados como dos gatos en invierno.

A medio día llegaba mamá con el almuerzo, dejaba sobre la mesa mi parte y la de mi hermano, que llegaba dos horas más tarde. Siempre que te encontraba conmigo te regalaba un fuerte abrazo, un beso en la frente y la mejor sonrisa que yo veía en ella jamás. Nosotros luego de comer subíamos hasta mi habitación nuevamente, tú te colocabas la ropa que ya se había lavado y secado, mientras yo me cambiaba para acompañarte hasta tu casa. Para las cuatro de la tarde tú estabas en casa, yo por otra parte iba a casa de Luzía, la chica con la que salía, la que te odiaba un poco más de la cuenta sin que lo deje notar. Era tan buena actuando que no yo lo sabía, hasta entonces no lo sabía.

-Hola. Saludé. Ella me dio un beso hermoso en los labios.
-¿Cómo estuvo tu día?, preguntó ella.
-Bien, Michelle fue a casa, se quedó a dormir. Ya sabes, lo de siempre.
-...
-¿Y bien?, ¿qué veremos hoy?, me dijeron que hay una película de acción muy buena.
-...

Yo odiaba cuando se quedaba callada, siempre sucedía lo mismo cuando le mencionaba a Michelle, o casi siempre. Porque algunos días iba con ella a visitarle. Entonces fue, que en un arranque de cólera, yo sin notarlo todavía, tiró algo que llevaba en las manos al piso.

-¡ESTOY HARTA!, chilló.
-¿Qué pasa?, pregunté un poco sorprendido.
-¡VETE!
-¿Qué?
-No quiero que vuelvas más, siempre es la misma mierda, si no estás con Michelle en tu casa, estás con Michelle en su casa. Realmente puedes salir con ella, me importa un pepino, sólo quiero... ¡que te largues!

Camino a casa intentaba pensar en qué parte de mi confesión le había molestado, si era el acto de que Michelle se haya quedado a dormir conmigo, o que yo me haya quedado alguna vez en su casa. Sentí un poco de rabia contra Michelle, ya que por culpa suya aquella muchacha hermosa me había echado de su casa. No quise darle mucha importancia al asunto, decidí esperar hasta el día siguiente, quizá tuvo un mal día, pensé, o quizá estaba molesta porque no quería ver la película de acción esa que le comente.

Pasaron dos semanas, ella jamás llamó a mi casa, tampoco contestó las llamadas que yo le hice. Nunca estuvo, o dormía, o estaba ocupada. Me sentía extraño, era mi último año de colegio y las vacaciones ya terminaban. Cuando llegaron las clases Michelle y yo nos veíamos poco. Porque ella iba al sur con su familia, y yo me quedaba en casa.

Luego de las vacaciones y las semanas distantes con Michelle, en el colegio Luzía ni me saludó. Así pasaron algunas semanas, Michelle seguía yendo a casa, a llorar por los suyos mientras yo, odiaba esos días porque no me podía masturbar. Comíamos, la dejaba en su casa, yo caminaba hasta la mía, intentando pensar cada vez menos en Luzía.

El año transcurrió así, noches sin masturbación porque Michelle lloraba desconsolada por el profesor que jamás le haría caso, mientras yo ya había olvidado a Luzía, ella salía con uno de sus amigos cercanos, uno que ya tenía auto, que venía de una buena familia, que era un tipazo, según los que le conocían, porque para mí era un pobre imbécil que no se merecía tremenda mujer.

Luego del verano, fui a la ciudad a prepararme para ingresar a la universidad, Michelle escribía cada mes, yo cuando podía. Conocí a una muchacha italiana muy guapa, tenía las piernas largas y los pechos pequeños. Llegaba al departamento que alquilaba, con películas que a mí no me gustaban. Lo que me gustaba era quedarme con ella mientras la lluvia caía, me recordaba tanto a Michelle. Los días pasaron, las semanas, algunos años. Michelle ya no escribía, y yo la recordaba cada vez menos.

Hace dos días me la encontré en el metro, ella cargaba una cartera mediana, había perdido algunos kilos desde la última vez, su sonrisa seguía siendo tan hermosa como lo fue siempre. Su pelo, sus manos se aferraron a mí.

-Señor. Me dijo.
-Señorita.
-Tanto tiempo...

Ella seguía aferrada a mí mientras sus palabras se colaban por mis oídos. La gente nos evitaba mientras el metro avanzaba. Luego de quince minutos, y ella todavía aferrada a mí dijo; ¿hasta ahora no te has dado cuenta?

-¿Sobre qué?... pregunté.
Entonces me dio un beso largo, mientras la gente nos evitaba. Un beso mientras el metro mantenía rumbo, un beso, por todas las noches que sequé su pelo con caricias, un beso por todas las noches que adorné sus mejillas, o quizá por todas las noches que le sequé la lluvia desde los ojos. Esa tarde también llovía, y su pelo seco, se hacía más hermoso todavía. 

-¿Quieres ir a donde vivo?, preguntó.
-Quiero vivir contigo. Le dije. Porque si con ese beso yo no entendía, jamás lo haría.

A veces ella llegaba a casa cuando intentaba leer a Charles, justo en la pág. 199. Entonces se quitaba las ropas y hacíamos el amor como los ángeles más hermosos de la tierra, y luego, siempre luego, así como Charles en su pág. 199, -donde siempre me quedaba- nos decíamos:

-Buenas noches, Hank.
-Buenas noches, Jon.


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