Cuando un gato muere es porque dios se ha cansado de matar hombres.
Sofía se levantó de la cama y caminó en bragas hasta el cuarto de baño donde por fin pudo asearse hasta más no poder, el dentífrico quedó totalmente vacío luego de cepillar sus dientes una y otra y otra y otra vez, recordaba ese falo nauseabundo que tuvo que lamer y tragar, recordaba con los ojos totalmente inundados aquel tenebroso paisaje donde ese hombre que tanto había amado eyaculaba dentro de su boca... matarme pudo ser mejor -pensó.
Al adentrarse en las interminables calles y cubierta con ese inquietante perfume de ciudad, al entrometerse dentro de ese funeral matutino iba olvidándose de ella, iba sociabilizándose con todo eso que detestaba. Se había puesto un vestido floreado que le caía hasta las rodillas, los hombros descubiertos y un ligero escote que los botones no dejaban ver totalmente. Los taxistas avezados le regalaban uno que otro piropo que sobrepasaba los límites para una dama, los trabajadores en la construcción de la calle seis se quitaban los cascos para que ella pasara con la prisa que se debía tener al pasar por ahí.
Dos horas de largo andar realizó hasta que llegó a la plazuela de San Simón, ahí estaba el Café La tour donde cada martes iba por café y tostadas cubiertas con margarina y queso fundido, la recibió el mismo camarero de cada martes, Señorita Sofía buenos días saludó el señor mientras ella se sentaba sin mirarlo. -Quiero un jugo de naranja sin azúcar y un croissant. Extrañado el camarero fue sin demorar más, notó que no era necesario ir más allá con preguntas que ella no iba ni quería contestar tal vez. Seis minutos más tarde llegó lo que la muchacha había pedido para que sobre la mesa adornen la mañana entera sin ser tocados.
El camarero no volvió a preguntar luego de haber interrumpido el silencio de la muchacha unas cinco veces, era mejor para ella estar en su mundo si no quería siquiera terminar su desayuno, sus ojos estaban totalmente idos, su boca entreabierta daba la impresión de que iba a decir algo pero no, no hablaría nada aquella mañana, sus manos sobre la mesa iban de rato en rato a sus cabellos, donde les daba un ligero tirón sacudiendo la cabeza con ese amargo en los labios.
En su mente pasaban los días sin la madre que nunca quiso, con aquel padre que la abrazó en cada momento que ella algo necesitaba, ese mismo padre que el día anterior hizo con su semen de su boca un nido.
Los gritos en la casa
los vasos rotos en la pared
las botellas de whiskey interminables
las gaviotas muertas en la mar
el frío de la ciudad
el novio infiel
la navaja sin filo
las cartas de tía Rosa
la tele inservible
el pan duro de las mañanas
el aborto de su primer embarazo
el aborto de su segundo embarazo
el aborto de su tercer embarazo
el humo del hachís
la dulce cocaína
el verbo impronunciable
el padre que hizo de su vientre un nido...
Sacó de su bolsillo un billete de veinte y lo dejó sobre la mesa levantándose después para caminar de regreso por donde había venido. Su rostro volaba dentro de sí, caminaba sin mirar y chocaba con los transeúntes que se limitaban a pedir disculpas o decirle -espabila muchacha. Llegó al fin a la casa del horror interminable, se adentró en ese conjuro pobre y seco, fue hasta el cuarto donde su padre tantas veces la ofendió y en el cajón donde dormían las medias alguna vez estaba el arma que ella tomó con ambas manos, se dirigió al cuarto en el cual encerraba sus gritos cuando quería olvidarse de todo y donde también ese padre la ofendió, se sentó en la cabecera de la cama y con el arma apuntó su rostro regalándose la más sublime caricia que su cuerpo había recibido jamás...
Miércoles, jueves, y viernes fue cuando llegó el padre luego de haber devorado cuatro botellas de whiskey, gritó el nombre de Sofía unas cuantas veces como para cansarse, primero fue a su habitación y en ella no estaba Sofía, luego fue al cuarto donde pensaba echarse un polvo con ella y encontró, la borrascosa cara manchada con rojo y negro de su hija, el padre se limitó a sonreír y luego de eso, se lanzó en la cama levantándole el vestido y destrozándole las bragas, fue entonces que escribió su último poema, eyaculando tres veces en la muchacha, y cuando todo parecía haberse terminado, penetro la hendidura que hizo la bala y diciendo esto culminó: ¿Por qué los gatos son más dulces que tú?
Dos semanas después el hedor en la calle era intolerable, allanaron los oficiales de la ciudad la casa encontrándose con un cruel espectáculo, la muchacha totalmente mutilada y regada por la habitación, el padre sentado en una esquina miraba como entraban los que le apuntaban con un arma mientras gritaban que levantara las manos, sólo quería envolverla con esto decía, hacía frío y sólo quería cubrirla con esto decía... ¡¿Señor es un arma?! Preguntó el oficial de menor rango, ¡no muchacho!, sólo es papel de regalo, sólo es papel de regalo...
La casa sin gritos
la pared recién pintada
las botellas de whiskey en el bar
la mar y sus gaviotas
la ciudad en verano
el novio intentando llorar
la navaja en el cajón
tía Rosa triste
la tele apagada
las tostadas con margarina y queso fundido
un niño corriendo en el jardín
dos niños jugando en el salón
tres niños mirando el cajón donde Sofía dormía
el humo del incienso canela
la dulce rosa blanca
vivir como verbo
el padre en el cajón de al lado...
Al adentrarse en las interminables calles y cubierta con ese inquietante perfume de ciudad, al entrometerse dentro de ese funeral matutino iba olvidándose de ella, iba sociabilizándose con todo eso que detestaba. Se había puesto un vestido floreado que le caía hasta las rodillas, los hombros descubiertos y un ligero escote que los botones no dejaban ver totalmente. Los taxistas avezados le regalaban uno que otro piropo que sobrepasaba los límites para una dama, los trabajadores en la construcción de la calle seis se quitaban los cascos para que ella pasara con la prisa que se debía tener al pasar por ahí.
Dos horas de largo andar realizó hasta que llegó a la plazuela de San Simón, ahí estaba el Café La tour donde cada martes iba por café y tostadas cubiertas con margarina y queso fundido, la recibió el mismo camarero de cada martes, Señorita Sofía buenos días saludó el señor mientras ella se sentaba sin mirarlo. -Quiero un jugo de naranja sin azúcar y un croissant. Extrañado el camarero fue sin demorar más, notó que no era necesario ir más allá con preguntas que ella no iba ni quería contestar tal vez. Seis minutos más tarde llegó lo que la muchacha había pedido para que sobre la mesa adornen la mañana entera sin ser tocados.
El camarero no volvió a preguntar luego de haber interrumpido el silencio de la muchacha unas cinco veces, era mejor para ella estar en su mundo si no quería siquiera terminar su desayuno, sus ojos estaban totalmente idos, su boca entreabierta daba la impresión de que iba a decir algo pero no, no hablaría nada aquella mañana, sus manos sobre la mesa iban de rato en rato a sus cabellos, donde les daba un ligero tirón sacudiendo la cabeza con ese amargo en los labios.
En su mente pasaban los días sin la madre que nunca quiso, con aquel padre que la abrazó en cada momento que ella algo necesitaba, ese mismo padre que el día anterior hizo con su semen de su boca un nido.
Los gritos en la casa
los vasos rotos en la pared
las botellas de whiskey interminables
las gaviotas muertas en la mar
el frío de la ciudad
el novio infiel
la navaja sin filo
las cartas de tía Rosa
la tele inservible
el pan duro de las mañanas
el aborto de su primer embarazo
el aborto de su segundo embarazo
el aborto de su tercer embarazo
el humo del hachís
la dulce cocaína
el verbo impronunciable
el padre que hizo de su vientre un nido...
Sacó de su bolsillo un billete de veinte y lo dejó sobre la mesa levantándose después para caminar de regreso por donde había venido. Su rostro volaba dentro de sí, caminaba sin mirar y chocaba con los transeúntes que se limitaban a pedir disculpas o decirle -espabila muchacha. Llegó al fin a la casa del horror interminable, se adentró en ese conjuro pobre y seco, fue hasta el cuarto donde su padre tantas veces la ofendió y en el cajón donde dormían las medias alguna vez estaba el arma que ella tomó con ambas manos, se dirigió al cuarto en el cual encerraba sus gritos cuando quería olvidarse de todo y donde también ese padre la ofendió, se sentó en la cabecera de la cama y con el arma apuntó su rostro regalándose la más sublime caricia que su cuerpo había recibido jamás...
Miércoles, jueves, y viernes fue cuando llegó el padre luego de haber devorado cuatro botellas de whiskey, gritó el nombre de Sofía unas cuantas veces como para cansarse, primero fue a su habitación y en ella no estaba Sofía, luego fue al cuarto donde pensaba echarse un polvo con ella y encontró, la borrascosa cara manchada con rojo y negro de su hija, el padre se limitó a sonreír y luego de eso, se lanzó en la cama levantándole el vestido y destrozándole las bragas, fue entonces que escribió su último poema, eyaculando tres veces en la muchacha, y cuando todo parecía haberse terminado, penetro la hendidura que hizo la bala y diciendo esto culminó: ¿Por qué los gatos son más dulces que tú?
Dos semanas después el hedor en la calle era intolerable, allanaron los oficiales de la ciudad la casa encontrándose con un cruel espectáculo, la muchacha totalmente mutilada y regada por la habitación, el padre sentado en una esquina miraba como entraban los que le apuntaban con un arma mientras gritaban que levantara las manos, sólo quería envolverla con esto decía, hacía frío y sólo quería cubrirla con esto decía... ¡¿Señor es un arma?! Preguntó el oficial de menor rango, ¡no muchacho!, sólo es papel de regalo, sólo es papel de regalo...
La casa sin gritos
la pared recién pintada
las botellas de whiskey en el bar
la mar y sus gaviotas
la ciudad en verano
el novio intentando llorar
la navaja en el cajón
tía Rosa triste
la tele apagada
las tostadas con margarina y queso fundido
un niño corriendo en el jardín
dos niños jugando en el salón
tres niños mirando el cajón donde Sofía dormía
el humo del incienso canela
la dulce rosa blanca
vivir como verbo
el padre en el cajón de al lado...
Wow!! Demasido gráfico, demasiado sucio, demasiado decadente y cómo siempre, magnífico.
ResponderEliminarRezaré una oración que aún no conozco por Sofía...
Debería existir la pena de muerte para estos violadores, y además padres sin alma, bestias que pululan por allí, el relato está muy bien escrito, es espeluznante pero creo que la realidad es peor.
ResponderEliminarSaludos
Qué frío hace...qué frío...
ResponderEliminarJo...!!!
ResponderEliminarMuy de mucho.... pero siempre estimulantemente literario en tu demasiado.
Uno.. de aquellos...
Benjamin Lacombe – Eat Me, Drink Me
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