La lluvia provenía de tus ojos, y de tu boca los truenos más crueles de la noche.
Llovía
porque triste era la noche metida entre tus costillas
y lo gris del campo
y lo negro del suelo
y todo ese rojo en tus labios
resumía un beso o dos en mi boca.
Mis alas muertas despertaron tu hambre
y aferraste tus piernas a mi cintura
cuando te aborrecía desde adentro
hasta culminar la sed que tenías
sólo por ese astuto pasatiempo de verano
cuando todo era gris
y negro
y rojo
desde tus labios hasta mi boca.
Recuerdo cada tarde de febrero
durante ocho años
regresabas desnuda desde el puerto
y los pescadores adoraban las tardes de febrero
y también los paseantes
y más yo
que era un muchachito pequeño y delgado
sobre todo delgado.
Una de aquellas tardes
en tu segundo año de visitarnos en el puerto
-con tu familia moderna
con tus autos modernos
con tus ropas modernas
pero en esas tardes de febrero
no importaba nada sobre la piel-
regresabas desde la playa
desnuda y alegre
con flores en las manos
con rayos de sol en el cabello
con arena en las nalgas
y yo miraba desde lejos
y los pescadores
y los paseantes.
Aún recuerdo esa tarde
en tu segundo año de pisar puerto ajeno
cruzamos huellas
giraste en tu vestido de piel tostada cuando pasaba junto a ti
todo eso que la imaginación de un muchachito pequeño y delgado puede resumir con sus manos
se hizo silencio
y dijiste: sabes que podría matarte, si sólo me lo pidieses.
El tercer año extrañamos todo ese festín de gaviotas sobrevolando por la orilla
el sol tardó en venir
y las neveras con cervezas demoraron un poco en enfriarse.
Yo recorría la playa todas las tardes
coleccionando piedrecitas o maderos que la marea vomitaba
y a veces, sólo a veces la suerte era peculiar
porque me regalaba algún objeto maravilloso.
Cerca al muelle
donde las olas eran violentas
demostraban a la madera su poca bondad
vi allí cómo agonizaba un perro
y a ti
observando al pobre animal herido de muerte
enredado con algo imposible de soltar
se ahogaba con la sal y su agua de mar
mientras sonreías de la más hermosa manera
cuando tus dientes blancos
tus ojos verdes
tu pelo dorado
y tu piel tostada por el sol lo eran todo
minutos más tarde el animal dejó de quejarse
tú
encogida sobre tus pies
hiciste un movimiento con tu lengua y tus labios logrando un gesto único
luego te pusiste de pie
desnuda
hermosa
y yo
pequeño y delgado
sobre todo delgado
te miraba desde una distancia respetable mientras toda la lluvia
que era mucha
caía sin respetar a nadie.
Volviste los ojos a donde yo me encontraba y
las piedras
los rayos
la arena
el caracol
la madera
la flor seca
los botes
las olas
las nubes ébano
los pescadores
los paseantes
y yo
dejamos de existir.
Avanzaste hasta mi metro cuadrado
fina como la brisa polar
-también fría-
me cogiste por ambas mejillas y me besaste de la forma más descabellada
mi lengua era una fruta abierta
húmeda y dulce
tu risa
tus ojos
tus labios
y todo ese rojo en tus manos
se transformaron desde ese instante en algo extraño
y maravilloso a la vez...
Dice una canción: hay que vivir desnudos para no morir vestidos! Y que vuelo el que siempre llevas tu.. Mon Dragón.
ResponderEliminarHoy llegas entre brisas y a lo Bryce, por eso del "muchachito pequeño y delgado, sobretodo delgado.."
Siempre la dulzura y la delicia.. del momento y esas muertes..
Me quedo con gusto a más!
Arya, si Bryce te leyera... ¿qué diría?, pero yo, te digo por aquí, agradeciendo claro, antes que nada, todo lo que pronuncias para mí. Ay del vino si llega de tu boca, algún día, quizá, si quieres...
ResponderEliminarGracias muchacha de las letras de papel... gracias.