miércoles, 28 de noviembre de 2018

When the hurt is over



"A los diez años yo era el monarca de las azoteas y gobernaba pacíficamente mi reino de objetos destruidos.

"Por las azoteas" 
Julio Ramón Ribeyro, de su libro de cuentos Los hombres y las botellas, 1964.



Relato I.


Amor en tiempos violentos.

"Un día quieres dejar el mundo entero por mí, la misma noche te aburres y no soy para ti, como quisiera tenerlo tan claro, como lo tienes tú." Porque quedan solamente, los recuerdos machos sin hembra, los pezones con sabor a olvido, aquellos placeres momentáneos que se apagan en la mente y las películas que no volvimos a ver. No sabrá ya mi mano qué es tu mano, ni mi boca qué es tu lengua baja. Era la noche del fin del mundo de un noviembre triste de muchos que ya, había soportado. Yo prendía sobre una cama de hotel el tercer toque de hachís, ella escribía dos líneas sobre una negra mesa, sus manos tétricas y huesudas me rozaban los nudillos cada diez minutos, y ella reía, reía como nunca antes vi reír yo a una mujer.

Horas antes por fin nos presentamos, ya que nos conocíamos en boca de otros, mientras íbamos por café, jugo de fresa y tal vez una película moderna, nos pusimos al tanto de todo resumiendo todo. Ella reía, reía y reía, y nunca yo había visto reír a una mujer como ella lo hacía. El café terminó, la fresa, la moderna película, tres botellas de vino y también su risa, estábamos ahora en una habitación tétrica, que no era huesuda como sus manos, sino más bien oscura, oscura como sus ojos. Ella prendió la lámpara de noche y esnifó su casi oración que escribió cuando yo fumaba la tercera pipa sobre la cama. Se acercó, acarició mis nudillos una vez más, sonrió, sus ojos negros y chinitos lo eran todo, me besó, sus ojos chinitos y negros todo lo eran.

Cuando por fin despertamos nos unía un asqueroso dolor de cabeza, ella quería estar desnuda y yo ponerle las ropas, yo apetecía lavarme el rostro y ella acariciar mi barba, la pipa sobre la mesa saludó las tardes malas de un sábado cualquiera, su ropa interior negra me sedujo hasta el cuarto de baño donde me comí con ella un polvo acogedor y breve que luego vomitamos, porque terminamos abrazando el lavabo ella y el váter yo.

-¿La amabas?
  Sí, como se aman ciertas cosas.
-¿La odias?
  Sí, como se odian ciertas cosas.

Luego de sentir el agua fría y su boca tibia salimos disparados hasta la cama, donde ella no se negó cuando le puse el sujetador, instante en el que sus tetas se despedían de un modo pequeño. Sutiles tetas las de ella en mi mano, sin ruido, sin bulla las acariciaba, mientras ella reía, juro por dios que no existe que ella reía y reía, como yo nunca antes vi a una mujer reír así.

-Tengo dos besos en casa, tal vez un abrazo, dos tazas de café y un sueño de cuatro horas. 
 Te acompaño le dije, y me tomó por los nudillos, acariciando mi barba.

-¿Morías por ella?
  No, porque no se puede morir dos veces.
-¿Estás muerto entonces?
  No, porque no se puede morir dos veces.

Caminamos calles que no conocíamos, recordando cómo llegar a su casa, ella tomada de mi brazo, yo tomaba de sus besos, y dentro de todo el abrumador presagio de un polvo futuro, me consumía aún la idea fúnebre de aquella dama que me juró con la boca un cielo sin ser dios. 

¡Rayos!
- ¿Qué pasa?
 Creo que estoy muriendo. 
-Dijiste que no se podía morir dos veces. 
Quizá mentí un poco...

Al entrar en la habitación nos miraron los cuadros más tristes del mundo, y la cama, la feliz cama nos veía ahí parados, ella de mi brazo, yo de su boca. Nos besamos golpeando algunos muebles, caímos en su lecho, sus pequeñas tetas dentro del sujetador tiritaban inquietas, y mi boca en su boca, y sus brazos aferrados a mi cuello, su pelo, sus ojos chinitos, ¡mi pipa!, ¡carajo!, olvidé mi pipa en aquella habitación...

Era ya el tercer polvo que nos ofrecíamos, me abrazó algunos minutos, me miraba, acariciaba mi barba, y reía, reía y reía, mientras yo, adorando su risa festejaba en sus pezones, tibias caricias con mi índice. Luego se levantó dando un brinco, la cama en el suelo y yo sobre ella, mirábamos cómo se iba el ángel más hermoso del mundo por aquel espacio donde no había puerta, ¡qué culo!, ¡qué flaquita tan rica!, ¡qué ojos chinitos y negros más bellos! Regresó minutos después con dos tazas de café, una por mano, y desnuda ella bebía su café, y desnudo yo bebía su café, recostados ambos pensando en cómo rayos pudo habernos pasado todo aquello, sin predecirlo, sin quererlo, sin conocernos. 

 ¡Carajo!
-¿Qué pasa? 
 ¡Mi pipa!

El café acabó pero el aroma persistía aún en el ambiente, la cama deshojada, ella desnuda, ¡riquísima!, y desnudo yo, hasta el culo, respirando de su café, que luego se hizo un beso, el beso sin risa con sabor a café más largo de la tarde, y también culminó la tarde, la noche cayó como fin de mes, ella aún desnuda, yo con la camisa abierta y el falo colgando fui  por agua a la cocina.

-¿Piensas en ella en este instaste?
  En todos los instantes pienso en ella.
-¿Hasta cuando hicimos el amor?
  Quizá mentí un poco...

Casi golpeaba en el reloj las veintitrés horas, a un lado de la cama dos botellas vacías de vino llenaban un poco más el lugar, nosotros bebimos de esas brujerías, y luego de habernos revolcado en la bañera dos veces, nos quedamos profundamente dormidos por cuatro horas. Cuando abrí los ojos sentí un peso seco encima de mí, era ella, y su cabello oscuro cubría parte de mi piel y parte de mi cara, sus pies en mis pies, su mano en mi mano, su risa en mi pecho. ¿Quieres más vino?, un poco tal vez. dije. Ella se levantó con el rostro somnoliento, caminó hasta el estante pequeño de su habitación torpe y delicadamente, con una mano acomodando sus cabellos y la otra en la cintura, tomó una botella de vino blanco, la descorchó, me miró y luego se acercó moviendo esas curvas directas de su delgadez, y sus tetas, ¡qué tetas!, pequeñas en mis manos, medianas en las de ella, y su culo, ¡qué culo!, era como tocar magia en movimiento.

Ella se puso de pie nuevamente con un puchero lento, con los ojos tristes y negros, fue hacia un cajón cualquiera, sacó de él un pequeño paquete que abrió suavemente, ¡bendiciones! dijo acomodándose el cabello hacia atrás, se quedó parada unos segundos y gritó... 
¡MIERDA!, ¿qué pasa?, pregunté. ¡TU PIPA!, y reí, juro por dios que reí y reí.





Relato II

Amor en tiempos violentos 2



Ya viví, sufrí y amé, y todo ¿para qué?...
...Viví, sufrí y amé, vale ¿y ahora qué?

 Nacho Vegas


"Ella siguió poniendo dos cubiertos en la mesa, y conversaba sola, como si nada, sentada a la ventana, esperando alguna sombra y cantando hasta la madrugada; no te vayas, no te vayas..." Desperté con un agudo dolor en la cabeza, enterrado en la cama que sobre el parqué dormía, camuflado entre aquellos almohadones indios, perfumados y demasiado coloridos. No estaba ella, abrí seguros mis ojos inseguros, tampoco, no aparecía ella, me puse de pie, me dirigí al cuarto de baño, nada. Abrí las puertas del balcón por aire, sentí la frescura de la mañana sin brisa, al regresar vi los fetos de hachís que se mezclaban sobre la mesa de noche con otras cosas, suspiré al verme desnudo y me dirigí a la cocina por algo de beber y aún no sorprendía ella.
Me vestí, lavé mi rostro, acomodé mis pies dentro de mis Converse negras y salí de la habitación sin puerta, de la casa sin dueña, del recinto sin perro. Al vislumbrar el primer olivo cubierto por los rayos del sol y su verde acogedor, sentí una mano aferrándose a la mía, sin tiempo a nada me abrazó desde atrás, me detuve, cuando percibí aquel suave perfume de la anterior noche.


¿Por qué te marchas?, me levanté y no hubo nadie, ¿por qué huyes?, desperté y... Por qué te vas si puedes quedarte, hoy, ayer, pasado y mañana, me silenció antes de terminar lo que quería decir.

Tengo un dolor de cabeza tan horrible que podría hundirme como el Titanic, dije, y sin pensarlo dos veces me arrastró hasta la farmacia más cercana. Señorita, buenos días, algo contra el dolor de cabeza porque aquí este muchacho está por hundirse. ¿Está resfriado señor?, olvide lo de señor, solamente sálveme, que me está matando la cabeza con este dolor. Señor, ¿sufre de migrañas?, señorita por favor, necesito algo contra este maldito dolor, le daré algo contra la migraña, ¿cuántas tomas desea?, ¿cuántas necesito para morirme? La señorita me miró extrañada, mi acompañante volteó la mirada tras sus lentes para no reír, disimulando así su respeto. Señor, ¿cuántas tomas?, cien por favor, y cien para llevar. Creo que lo que tiene este muchacho no es otra cosa si no resaca dijo nuevamente mi acompañante. Señorita, mejor mil, que no llevaré nada a casa, y me trae una botella con agua por favor...
Ella preparó zumo de naranja para mí, de fresa para ella, sobre la mesa acomodó con sus elegantes  y delgadas manos el cruasán que había comprado mientras yo dormía, cortó queso del día, puso almendras y tinto, claro. Yo como espectador presumía admiración por sus manos, me gustaba verla entretenida en algo tan sublime por la mañana al mismo tiempo que usaba su Nikon, y me quitaba también algunos gestos y quietudes para su cámara. Se sentó a mi lado luego de colocar una servilleta en mi regazo, levantó el tinto en copa mientras yo la miraba, ella me alzó el tono de sus ojos chinitos, levanté mi tinto en copa aletargado, salú dijo, golpeando su copa en mi copa, y bebió, y bebí. Sus ojos me bajaron el tono pocos segundos después cuando yo subía la voz de mis manos dentro su vestido, ella giró lentamente las piernas en su mismo sitio apuntándome con su sexo, el grito de mis manos crecía mientras sus ojos chinitos se hacían grandes y gigantes hasta cerrarse, se abrían, se cerraban y se repetía el mismo acto hasta dejarlos cerrados completamente. Ella se levantó agarrándose de mi cuello, su silla cayó para atrás, mis manos en sus posaderas entraron en frenesí, ella se montó en mí delicada, sin antes quitar la tela que había tendido en mis muslos minutos antes, es para no perder elegancia al comer susurró antes de bajarle las tiras del vestido.

¿Te marcharás de madrugada como la última vez? me preguntó tan delicadamente y con los ojos aún cerrados mientras se movía montada en mí de arriba para abajo como marea torpe intentando humedecerme, soy un gato mujer, y como mal gato debo aprender a marcharme. Ella es muy hermosa, no me parecerá extraño que regreses a su lado, mujer, como gato, no podré volver a ella, primero, tendrás que matarme todas las veces que estuve aquí tratando de olvidarte. De olvidarla querrás decir... me gustaría que te quedes... dijo ella de una manera tan triste que ese día no podría haberme ido así haya querido.

Desde la cama vimos una película que años anduvo guardada, a la mitad me dormí, ella a la otra mitad despertó, y estando sumido en las profundidades del colchón, con cámara en mano, me guardó para sus mañanas y despueses. Desperté una hora y algunos minutos tarde, ella recostada a mi lado me miraba, chis dijo ella y flash su Nikon, mis ojos se cerraron al unísono, y antes de abrirlos los besos más descontrolados me cayeron torrenciales, y sobre mí colocó su peso entero, al momento que Cohen desde el balcón So long, Marianne cantaba un poco bajito. I forget to pray for the angels and then the angels forget to pray for us. Es mentira pensé... porque no le he rezado a los ángeles y estoy comiéndole el coño a uno en este preciso instante sin permiso de ningún dios... 

Yo besé sus tetas que eran medianas cuando con sus manos me hacía tocarlas, luego bajé por la costa entera de su selva podada, giró ella sobre el colchón para moverme dentro de ella como krakenes dentro de sus túneles sujetos a otros túneles. Más tarde ella con su sabiduría de besos amaba cierto tentáculo del Kraken, con virtudes mayores a los milagros de cualquier dios. Subió hasta mi boca después, rogó dos veces, pidió tres veces, gimió una vez, cuando al final de mi prematuro orgasmo, la noche a penas iba por su mitad, y desde el balcón la luna más horrible del año nos iluminaba torpemente, ¡oh suerte defectuosa la de la luna!, que enredados nos veía intentaba burlarse suavemente de todos nosotros.

Eres manjar en carne, para los carroñeros como yo, beberás vino de mis labios comentó mientras fue por un tinto, me gusta tu baja espalda, sobre todo los hoyuelos que se forman casi al final de tu espina le dije. Ya me adoras, así lo niegues. Y es que no lo niego mademoiselle, nadita lo niego, me he aferrado a tus curvas para morirme a la velocidad más injustificada. Quiero beber vino de tus labios atinó luego a decir, cuando me ponía en pie para recoger los restos de otros tintos que a lado de los cruasanes restantes y su compañera de viajes estaban, quizá fue para no sentirme tan borracho. El aire frío entraba desde las ventanas del balcón, y cuando vio en mis manos su Nikon ella aprovechó en ponerse un liviano suéter lila, regresó con el tibio puchero de siempre, se recostó en la cama con un cojín delante y uno más grande detrás, chis dije y el segundo de mi demora bastó para que ella cubra su rostro con ambas mano y esconda los colores coloridos de sus cojines indios.





Adoro cuando me recorres entera con tus manos. Sucede que cuando lo hago, me siento como Bouguereau, me encanta cuando te pones elegante. ¡Bacante hermosa!, dame un poco más de tinto per favore, ¡tu Baco lo implora! Ella tomó de la botella con todo el descaro de no usar copa y desparramó dentro de mis fauces su vino ensalivado, de su lengua difícil, sus dientes morados. Y Cohen con su They fall among the voices and the wine acompañaba desde el balcón.

He hicimos el amor, una vez que sentimos el frío...**

Come over to the window, my little darling, cantó caminando hasta donde estaba Cohen, sus blancas bragas con pecas tatuadas apresuraban destreza, sus tetas fortalecidas con mi tacto se movían por el síntoma de la gravedad, volteó, Come over to the window, my little darling, volvió a cantar y me expulsé de la cama, lento hasta donde ella estaba. I'd like to try to read your palm. junto a Cohen cantaba, no hallarás más que vacíos solamente, dije, no quiero mentirte. Well you know that I love to live with you, canté devolviéndole el gesto al unísono con Cohen pero en un inglés tan de mierda como no. Sus ojos se abrieron como cofres de oro llenos en manos de piratas desalmados, lanzándose hacia mí, abrazándome como gato a su bolita de trapo, besándome las manos, la boca, los verbos mientras mis manos escribían tales verbos en su piel. But you make me forget so very much. Cantó el dios, y tanta razón había...


Desvestí mi falo desnudo dentro de ella, culminando un polvo glamoroso, llegaba casi casi las tres de la madrugada, el poco frío entraba desde el balcón, húmedos bajo la seca noche, estando débiles, ella aún sobre mí, me besó una vez más, quedando un poco dormida tras lo que fue. Minutos cortos pasaron, le acomodé a un lado, la vestí con las ropas de la cama, se veía tan hermosa envuelta con esas sábanas blancas, su piel poco tostada por el sol, convertía en mágico el lugar, donde el diablo que era yo, seducía cada noche al ángel de los ojos chinitos más dulce de la historia, y el que la abandonaba al amanecer.

Say goodbye to Alexandra leaving. Desde el balcón el dios Cohen murmuraba, Then say goodbye to Alexandra lost. Desde el balcón, el dios Cohen recitaba...

Cuando me perdía por el umbral de la puerta invisible, su voz se oyó, quédate, ... (mi silencio) Quédate y te haré una fotografía de mis ojos y mi sonrisa con mis propias manos, la que tanto quieres... No mientas, dijiste que únicamente la harías cuando estemos muertos y me ames. Ella golpeó la cama en el sitio aún caliente que era mío, ven, tú Bacante lo implora. Los dioses nunca hacemos caso a las plegarias, ven, hay una botella más de vino aquí a mi lado... Está bien, pero aún siendo comprado tan barato, al amanecer tendré que marcharme.


Sus manos se hicieron envolturas, sus brazos y piernas collares, su boca típicas caricias de bondad, mientras sus cabellos danzaban al verso final de Cohen, con su I have tried in my way to be free... Sí... he tratado de ser libre con una mujer que no eres tú... Pensé antes de morir...

*Los ojos de la tarde. Daniel F.
**Las inmensas preguntas. (El género bobo) Nacho Vegas.





A las once con diez.

Tengo mala memoria para los nombres, le dije a la rubia que me soltó cómo se llamaba, quizá para mañana ya no te recuerde, es verdad, mis dedos tendrán tus olores más hondos y mi lengua tendrá sabores de tus escondites más quietos, pero tal vez ya no te recuerde para mañana. Tengo la voz breve y las manos aletargadas, como si me hubieran picado algunas hormigas.

Tus rodillas siguen rojas, me gusta que tengan ese color, hacen más real todo esto que parece un sueño, me gusta que tus ropas brillen regadas por toda la habitación, es como si este cementerio cobrara un poco de vida por tu presencia. Pero no, solo somos dos muertos en este ataúd de botellas y cigarrillos que yo no he fumado. Su vestido plateado iluminó mis palmas rotas y mis iris mutilados.

Ella se quedó y yo dejé a los amigos esa noche, todo porque yo le resultaba divertido y ella estaba riquísima. Bailamos más de la cuenta, reímos más de la cuenta, pero bebimos un poco menos de lo que yo esperaba, yo habría querido que ella olvidara hasta su nombre, pero ahí estábamos, en mi habitación desnudos, ella con las rodillas rojas de tanto haberme chupado la pinga y yo con la lengua derrotada, su vestido ya se había apagado y yo también, ella encendió un cigarrillo roto para cambiar de aroma el lugar, y yo metí mis manos dentro de sus muslos solo para saber que su culo no volvería a ser mío otra vez. Me llamo Casandra, me dijo esa argentina hermosa, mientras yo solo me llamaba Pedro, un Pedro que en lugar de decir feliz navidad decía me duelen las rodillas.

A Yusami. 

El sol era pequeñito a un lado de tu ombligo
y su poca luz
poca ante tus ojos.


Perfecto es el mundo a tu lado.

Perfecto es el sol en tus rodillas quietas
y perfecta la luz de tu mitad en movimiento
Yusami
perfecta eres
porque luego de romperte en mil pedazos te juntaste segundo a segundo
para que ella tenga esa forma que tanto adoramos
para que ella responda a ese nombre que tanto decimos
Yusami
perfecta eres en todos tus instantes
y si te molestas habrá una flor y si me enfado habrá un beso o dos.

Te amo, Yusami
te amo tanto que la vida que parecía insignificante se ha convertido en algo que no quiero que se apague nunca...


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