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En Chernóbil un niño de cuatro brazos y tres piernas implora por un camino y una caricia mediocre, mas tarde, se enamoraría de una muñeca desmembrada y maquillada con la suciedad; despeinada en el olvido, desvestida, contaminada, pero hermosa. Se hospedó después en el Gran Hotel de Guantánamo tras cerrar los ojos, durmiendo en habitaciones de un metro por otro, vestidito con su bata naranja miraba la luz que no era el sol del Caribe a mitad de la noche...
En calles de una ciudad del sur, vio un huevo blanco cubierto con hormigas negras, y el ave deforme de su interior se escapaba por partes en sus minúsculas mandíbulas, sería pues, los restos del pelícano que de grande iluminaría con su grandeza el interior de la mujer muerta.
Desoladas calles de Prípiat que vistes con tu silencio el viento que mueve las telas restantes, que acogen en su interior el vacío que a la pesadilla ha vuelto loca, porque también el niño está vacío y los gatos han desaparecido. Miras el calendario con los días que ya pasaron, y el reloj muerto asoma de reojo el tormento que ha dejado el hombre. Abandonadas calles de Prípiat, llamad pues, al muerto que se había bañado con el sustento de la semilla de ajenjo y dadle muerte una vez mas...
Alimentó con su cuerpo a las sirenas de dos colas que nadaban en las negras aguas de un lago cualquiera, abriendo sus entrañas desde adentro para liberarse de la grandiosa aventura que era estar en una mujer, viajando así al instante donde perece el orgasmo. Sí, había resumido su vida en ocho placeres mundanos, había sentido el espacio que Dios violó en espíritu, había tomado por fuerza mayor, el dolor de viajar a ningún lado...
Los gatos nunca desaparecen... Aún así, mis totales respetos.
ResponderEliminarLos gatos nunca desaparecen. Aún así, mis totales respetos.
ResponderEliminarDoblemente agradecido Señor. Es verdad que los gatos nunca desaparecen, pero es verdad también, que de vez en cuando, se dan ese gusto.
ResponderEliminarGracias por el halago tan significativo.