Que caí, que me recogen, que vuelvo a caer, que me dejan ahí...
Sobre las alargadas enredaderas de tus cabellos camino, como en una liturgia las oraciones, y sobrepongo estrepitoso mi caudal desmedido en tu oscuro pasaje y a la vez mojado. Miras desde la cama gris por las cenizas de tus cigarrillos con ojos desaforados mi herida y lames la postilla. Retomas el guión que dejóse mamá sobre el parqué rayado por tacones de putas y payasos, lees titubeando y das risa; entonces me vuelves a mirar y dices: hay gatos más tristes que yo... Y justo ahí, donde se amotinan mis vanas emociones caes como un rayo sobre la tierra, sólo que esta vez será sobre la tibia madera, tibia porque el semen que se derramó aún permanece así. Hay gatos más tristes que yo, vuelves a decir, mientras retuerces parte de una sonrisa y gimes desde ya, lo que se avecina.
La temible historia de una puta con flores en las manos, la triste pero aún así, abominable historia de una puta enamorada. ¿Perdón para tal pecado habrá?, gritas al cielo una y mil veces, llamas al Ícaro cruel que en tu camino señaló su flecha, semejante desdicha la tuya, que no sabrás jamás quién merece todos los besos que guardaste, todos esos añejados besos que a tus clientes negaste. Yacen hoy, putrefactos bajo tu lengua, y que tu inválida boca no sabrá jamás qué precio tuviste que pagar, a pesar del acerbo sabor y fétido olor que soportó, no sabrá nunca aquel precio.
Me entretengo en tus alargados cabellos, que corren y crecen, en mis manos y en mi boca, en mis pies y en tus gritos, ¡puta!, hay gatos más tristes que tú, ¡flores!, que en tus manos se mueren, ¡penetración!, extiendes ambas piernas a lo ancho de la cama y me llamas, no me besarás, porque no seré yo el maldito que tu amor reciba, ni mucho menos el amante al que no le cobrarás, sino uno más de aquella calle tan gastada, que el llanto te absorbe, y los chillidos, y los orgasmos, y algunas oxidadas monedas dejará a cambio.
Regóse aquella viscosa dama blanca entre tus piernas, no rozará tu interior porque el látex en su finura separará la desdicha del amor absurdo de tu abertura, no sabrá nadie ya, que feliz termina el hombre que ha pagado, e infeliz quedarás tú, por haber recibido parte de su miseria. Así volverás a dormir una vez más, con las flores muertas entre las manos, en ese paraíso rojo y angustiado, no de sangre, sino de rosas que a tus labios asemejan su ternura.
A Dodó, en su habitación oscura.
La temible historia de una puta con flores en las manos, la triste pero aún así, abominable historia de una puta enamorada. ¿Perdón para tal pecado habrá?, gritas al cielo una y mil veces, llamas al Ícaro cruel que en tu camino señaló su flecha, semejante desdicha la tuya, que no sabrás jamás quién merece todos los besos que guardaste, todos esos añejados besos que a tus clientes negaste. Yacen hoy, putrefactos bajo tu lengua, y que tu inválida boca no sabrá jamás qué precio tuviste que pagar, a pesar del acerbo sabor y fétido olor que soportó, no sabrá nunca aquel precio.
Me entretengo en tus alargados cabellos, que corren y crecen, en mis manos y en mi boca, en mis pies y en tus gritos, ¡puta!, hay gatos más tristes que tú, ¡flores!, que en tus manos se mueren, ¡penetración!, extiendes ambas piernas a lo ancho de la cama y me llamas, no me besarás, porque no seré yo el maldito que tu amor reciba, ni mucho menos el amante al que no le cobrarás, sino uno más de aquella calle tan gastada, que el llanto te absorbe, y los chillidos, y los orgasmos, y algunas oxidadas monedas dejará a cambio.
Regóse aquella viscosa dama blanca entre tus piernas, no rozará tu interior porque el látex en su finura separará la desdicha del amor absurdo de tu abertura, no sabrá nadie ya, que feliz termina el hombre que ha pagado, e infeliz quedarás tú, por haber recibido parte de su miseria. Así volverás a dormir una vez más, con las flores muertas entre las manos, en ese paraíso rojo y angustiado, no de sangre, sino de rosas que a tus labios asemejan su ternura.
A Dodó, en su habitación oscura.