La carne caía de mis manos como gotas de lluvia, era el gesto asqueroso una parte de tus labios.
La piel imaginaba una tela o dos, tal vez tres. Y arropaba con ella el repugnante instante de mi pesadilla.
Tus ojos arrancados yacían en el piso como dos perlas podridas, como arcada de un perro enfermo.
La sangre manchó el piso donde días antes mi esperma fulminante calmaba tu sed.
Tus huesos gritaban al momento que mis manos te ofrecían aterradoras caricias.
Tres niñas tendidas sobre una cama roja, vejadas y hermosas.
Sus pezones arrancados dejaron llanto en sus pechos aún no formados, sus manos atadas a su espalda presumían la idea de un hombre mayor, tal vez más fuerte. Pero eran tres y yo uno.
Sus piernas amoratadas por mis mordidas se dirigían a un sexo humilde, pequeño, virgen.
Tres niñas duermen sobre una cama roja, humilladas y únicas.
Sus lenguas cortadas de un grito regalaron el eco de mi orgasmo menor. Sus pies atados y alejados me dejaban ver sus dedos restantes.
Yo ofrecí y dí el amor que ellas me pedían. El amor que un padre otorga.
Un hombre se mueve en el parqué de la tercera habitación, como serpiente sin cabeza. Tiembla ante mis palabras. Su manos sin uñas mostraban las espinas de una rosa seca.
Desnudo y sin sexo, sangraba y el frío era insoportable. Lloró unos minutos mientras mi mano entraba en su cuerpo por atrás, empalado y partido en dos se marchó a ese mundo maravilloso.
Yo ofrecí y dí el amor que él me pedía. El amor que un dios otorga.
La carne caía de mi boca como saliva de un perro rabioso, mientras las niñas me miran y cierran los ojos luego. Les enseño al despertar mi falo moribundo, ellas saborean un buen momento mientras imagino a una monja muerta y azotada.
Saludo al hombre sin sexo ya tieso, lo miro un instante y voy por un café.
Los ojos de una vieja mujer se muestran en mi mesa, como dos fresas entran en mi boca y mis dientes sienten el fluído putrefacto de su perfección.
Lamento no haber usado la botella rota en la cara de la mujer, giro en mi cabeza el sentido mayor de la piel asesinada, tal vez me entretengo en el culo de esa niña de doce años y le quito las bragas blancas incitando mi purificación. Termino una vez mas en ella y duermo.
Al despertar veo en mi mano izquierda un cuchillo que no es de plata, saboreo la sangre seca y siento un gran deseo de matar. Una dulce oración se escribe en mi boca, corto mis venas con el, corto mi falo con el, planto su punta viva en mi pecho mientras mis ojos extienden su luz final.
Tuve ganas de matar -me dije. Y yo era el mas cercano...
Nota: A pedir de boca, la muerte ha mandado. Dedicado y nuevamente publicado para no enterrarme con ella.
La piel imaginaba una tela o dos, tal vez tres. Y arropaba con ella el repugnante instante de mi pesadilla.
Tus ojos arrancados yacían en el piso como dos perlas podridas, como arcada de un perro enfermo.
La sangre manchó el piso donde días antes mi esperma fulminante calmaba tu sed.
Tus huesos gritaban al momento que mis manos te ofrecían aterradoras caricias.
Tres niñas tendidas sobre una cama roja, vejadas y hermosas.
Sus pezones arrancados dejaron llanto en sus pechos aún no formados, sus manos atadas a su espalda presumían la idea de un hombre mayor, tal vez más fuerte. Pero eran tres y yo uno.
Sus piernas amoratadas por mis mordidas se dirigían a un sexo humilde, pequeño, virgen.
Tres niñas duermen sobre una cama roja, humilladas y únicas.
Sus lenguas cortadas de un grito regalaron el eco de mi orgasmo menor. Sus pies atados y alejados me dejaban ver sus dedos restantes.
Yo ofrecí y dí el amor que ellas me pedían. El amor que un padre otorga.
Un hombre se mueve en el parqué de la tercera habitación, como serpiente sin cabeza. Tiembla ante mis palabras. Su manos sin uñas mostraban las espinas de una rosa seca.
Desnudo y sin sexo, sangraba y el frío era insoportable. Lloró unos minutos mientras mi mano entraba en su cuerpo por atrás, empalado y partido en dos se marchó a ese mundo maravilloso.
Yo ofrecí y dí el amor que él me pedía. El amor que un dios otorga.
La carne caía de mi boca como saliva de un perro rabioso, mientras las niñas me miran y cierran los ojos luego. Les enseño al despertar mi falo moribundo, ellas saborean un buen momento mientras imagino a una monja muerta y azotada.
Saludo al hombre sin sexo ya tieso, lo miro un instante y voy por un café.
Los ojos de una vieja mujer se muestran en mi mesa, como dos fresas entran en mi boca y mis dientes sienten el fluído putrefacto de su perfección.
Lamento no haber usado la botella rota en la cara de la mujer, giro en mi cabeza el sentido mayor de la piel asesinada, tal vez me entretengo en el culo de esa niña de doce años y le quito las bragas blancas incitando mi purificación. Termino una vez mas en ella y duermo.
Al despertar veo en mi mano izquierda un cuchillo que no es de plata, saboreo la sangre seca y siento un gran deseo de matar. Una dulce oración se escribe en mi boca, corto mis venas con el, corto mi falo con el, planto su punta viva en mi pecho mientras mis ojos extienden su luz final.
Tuve ganas de matar -me dije. Y yo era el mas cercano...
Nota: A pedir de boca, la muerte ha mandado. Dedicado y nuevamente publicado para no enterrarme con ella.
Sangre y esperma, una singular combinación.ES más tiene título de poesía.
ResponderEliminarHablamos
pd: dame tu morboso comentario
semanas o meses sin leerlo compañero y sus letras me siguen dejando un sabor de boca extraño.. diferente... y con cierta inkietud ke no puedo orientar hacia ningun tema en especial... ke imaginacion!!!
ResponderEliminarSoñadora, es cierto, el tiempo pasa y es otro momento el que nada otorga. ¿Un sabor extraño en la boca? Quizá es algo mayor al café sin azúcar. Gracias y saludos.
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