jueves, 22 de abril de 2010

Veintidós (Café de besos)


Me gusta el castaño de mis cabellos, mi pálida piel...
Cambalache

Me gusta el castaño de tus cabellos porque son como la tierra joven, tu piel de papel porque en el está el mejor poema de tu existencia. Me gusta la seda de tus pies porque en ella me envuelvo y de tus manos la fina caricia porque en tus manos también me envuelvo. El beso lluvioso me gusta porque termina en tu boca y tu boca, porque termina en mi boca. Me gustan tus roces callados porque son como viento sobre las olas ociosas y tu cuerpo fiel, que como blanca mar en mis playas termina.

Me gusta caer en tus brazos frágiles porque me siento fuerte y en tu vientre suave morir, nacer de tu boca y de tu mente beber, y vivir, que es lo mismo. Me gusta la fina palabra y tu lengua, tu saliva y tus manos mi alma tocando. Me gusta el olor a jazmín de tu pelo, el olor a piel de tu cuello, el olor a a fruta salvaje de tus labios, me gusta cada instante que de ti pretendo. Me gusta el parque del olvido y de las viejas costumbres la fe, me gustan tus pechos de olivo y tu aceite de miel, y de miel también tus ojos café. Me gustan tus risas porque son como nubes sobre las telas ociosas, me gustan tus labios, tus finos labios de mil princesas.

Me gusta mujer, cada instante que de ti prentendo.

A Cambalache, for sentimental reasons.

domingo, 18 de abril de 2010

La bruja más asquerosa del siglo


"Me gusta pasar cigarrillos con los pieses, es como si me cargara alguien". (Risas)
L.M.P.

En sus pechos descubrí la forma, la forma que la vida tanto ofreció a mis manos, mis manos que tanto tocaron los pechos, los pechos que tanto percibían mis gustos, mis gustos un poco extraños. Ella era calva, calva y negra, negra y puta, puta y barata. ¿Qué más de bueno podría tener una puta?, es decir, qué menos que eso.

En su sexo aprendí el morbo, el morbo de ver como agonizaba en mis manos, mis manos que tocaron los sexos, los sexos que tanto percibían mis gustos, mis gustos un poco raros. Ella era fea, terriblemente fea, fea y estúpida, estúpida y repulsiva. ¿Qué más de bueno podría tener una novia?, es decir, qué menos que eso.

Se levantó la mañana sin falda, la mañana tan fría, la mañana sin ella, porque se había ido como el verano más duro, se había marchado, aunque prolongada fue su estadía. Me dejó los más crudos recuerdos, los más terroríficos detalles de una pesadilla inquieta; me dejó también el morbo que con ella aprendí, sus gustos podridos, sus vestidos blancos. Se durmió la mañana tan pobre, la mañana tan seca, la mañana sin ella, porque se había largado como el verano más ardiente, se había escapado, aunque su perfume por ahí danza aún. Me dejó también la foto superflua de su casco de piel, su mal aliento al borde del dentífrico, sus crisantemos secos, tan secos como los besos que tanto me dio. Ya no sé si haberla matado haya sido el detalle más puro que pude ofrecerle, hasta hoy no supe, si ese fue el detalle más grande que pude haberle dado.

Me levanté otra mañana, y me di cuenta de las cosas que perdí con ella; el dolor, la tristeza, el odio, la amargura, la cólera, las heridas. Tanto fue que la extrañé que ya nada podía hacer, ni revivirla ni quitarle esas risas pobres y amarillas, y tanto fue que hasta hoy, que tomo ese cuchillo estéril de toda furia y segundos antes de hundirlo en mi pecho, la adoré siempre a pesar que haya sido la bruja más asquerosa del siglo. Hasta hoy claro, que me uniré con ella en el infierno.

sábado, 17 de abril de 2010

El nombre maldito de Jesucristo


J
esús abre la puerta que ya no soy nadie, mira mis manos como caen sobre la cama, mira mis pies como sangran, mira mis ojos como se pudren, y el sol crece. ¿Acaso no lo ves?

Jesús abre la puerta que ya estoy muriendo, coge mis huesos y quémalos, junta mis dedos y siente mi perfección, saborea mi carne y dime si no soy dios.

Jesús, abre la puerta que ahora soy nadie, siente mis gritos desde el suelo, mira mi piel como se hace oscura, cura mis llagas y dime si es que no soy dios.

Jesús, en tu nombre maldito ya no soy nadie, porque también la nada se hizo algo, y en la cruz cuelga tu miembro, y sin miembro toco yo tu puerta. ¿Acaso no lo ves?

Jesús abre la puerta que ya no soy nadie, mira desde adentro mi exterior, jura por tu madre que ves a dios, abre la puerta y no sientas temor.

Jesús abre la puerta que ya no eres nadie, toma mi sangre y crece como el sol, ya no sientas temor de mis manos, y es que ahora yo soy dios.

martes, 13 de abril de 2010

Parece invierno


L
a noche de frío se va llenando como dedos sobre el cadáver, como manto manchado de sangre sobre la piel de un hombre que agoniza. Parece invierno, parece eterno, perece un ciervo, merece un tiempo. Las noches van olvidando su calor como risas sobre el cadáver, como papeles secos sobre la cara de un ser que muere. Parece invierno, parece eterno.

No tengo más que dos cosas: La risa pobre de la melancolía y tus tetas, que también son dos. Como tus dientes que cayeron en las peores guerras. No tengo más que dos cosas: La prisa inerte de mi mano hacia la agonía y tus ojos, que también son dos. Como tus dedos que murieron en las peores batallas. Parece invierno, parece eterno.

La noche de nieve se va llenando como esperma sobre el cadáver, como soga sobre el cuello rojo del hombre que se mece y agoniza. Parece invierno, parece eterno, perece un ciervo, merece un tiempo. Las noches van dejando su temor de calor como en la llanura también se deja al cadáver, como hojas secas sobre la acera pobre de carbón. Parece invierno, parece eterno.

No tengo más que dos cosas: La magia de tu sexo y tus piernas, que también son dos. Como penas que ganaste en las peores vidas. No tengo más que dos cosas: Mi tan mediocre existencia y tus labios, que también son dos. Como frutas que cayeron de tu vientre y ahí se pudrieron. Parece invierno, parece eterno.

La noche su temor va olvidando como ríos que arrastran al cadáver, como lecho impuro del hombre que sufre y agoniza. Parece invierno, parece eterno, perece un ciervo, merece un tiempo. Las noches van tomando su color azul oscuro como también se ha pintado al cadáver, como grietas sobre la roca pobre de dureza se ha roto. Parece invierno, parece eterno.

lunes, 12 de abril de 2010

A Vallejo

Imagen tomada de jbensa.wordpress.com/.../

T
riste carne de largos pesares,
que no estorba ni escoge la risa,
hombre sin húmeros ni malabares,
que no llora tardo ni a prisa.

Triste peste de cojos recuerdos,
que no llega ni se ha ido,
hombre que se planta en los verbos,
que sufre lento y no ha caído.

Triste papel de letras lentas,
que no muere ni ha vivido,
hombre infeliz de frágiles veletas,
que del mundo se ha corrido.

jueves, 8 de abril de 2010

La ciudad que dejó de llamarse miseria -Parte II


E
l año terminó y mi madre tenía que trabajar el doble, es decir, tratar de hacer que un día parezca dos. Trataba y junto a mí, porque el otro hermanito era muy pequeño, ni respirar podía el pobre, gordito y bello niño, pero pobre. A mi lado tenía ella que hacer que un día sea como dos, porque el hambre pesaba más que la tristeza, y la tristeza de haber perdido a un padre todopoderoso nos quitó hasta el sueño de las camas, es decir, de esas cosas llamadas cama.

Terminó ese año sin mayores nostalgias y llegaron unos hombres azules, tan azules de prendas llegaron, encaramados en un camioncito blanco del municipio que jamás había pisado siquiera por aquí, llegaron encaramados y cada uno traía en la mano un arbolito; tan verdecito, tan pequeñito, tan azulitos esos soldados que alguna vez vi como le rompían la cabeza al loco Tomás en la Plaza Mayor, y vi también como el loco le rompía con un palo cualquiera la cara a otro señor azul. Preso quedó el desgraciado, preso hasta el día de jamás porque ya jamás le iban a soltar, según decía el mayor con la carota toda rota e hinchada. En la mano una plantita, y se sembró en toda la calle luego de derrumbarse la pared de ladrillos que antes fue naranja. Los soldaditos reían diciendo: Haremos de esto nuestro propio Muro de Berlín, debemos derrumbarlo, debemos destruirlo. Y reían, y hacían de su sabiduría algo no grato, porque ni nos contaron ni nos hicieron reír con ellos. Jamás supe donde quedaba ese muro ni tampoco quién era Berlín, seguro que mi padre me habría contado, era tan sabio ese hombre, tan sabio que nunca supe porqué se quedó con nosotros, todopoderoso padre, que todos los demás abandonaron casa e hijos, pero él no, no nos dejó como los otros, este fue más vivo, más pendejo como decía mi madre, porque ni pasaría hambre nunca más, ni pasaría frío. Mi padre murió tibio muy tibio, tan tibio que en su fiebre máxima conoció eso llamado locura y a lo que todos escapan, porque hasta los locos de la locura escapan. Padre todopoderoso, que dejó la ciudad llamada miseria, que dejó mi casa llamada miseria, que me dejó, como un miserable hijo. Me levanté al siguiente día que habían derrumbado aquella pared de ladrillos antes naranja, pared similar a esa que nombraban los azules, una pared de un tal Berlín. Berlín, qué bonito nombre para mi primer hijo pensaba. Berlín, qué precioso nombre para una hija, tal vez. Y despertaba del sueño tras el hedor terrible de un perro muerto en la parte sur del basural, desperté del sueño despierto para caer desmayado por las pocas fuerzas y la comida insana que no me llenaba lo suficiente. Aparecí en casa, que era una habitación solamente, el bello gordito movía los pies desde el cartón donde yacía, mi madre no estaba, a un lado los costales con pequeños trozos de metal, cuatro baldes llenos de cosas que podíamos vender, basura, su olor, ¡qué peste!, a la que ya me había acostumbrado.

Tres días más tarde mejoré y ya podía jugar, porque ya era sábado, con todos de la calle Berlín, porque Berlín terminó llamándose la calle, luego de tanta cháchara como Berlín quedó, y jugando otro mundial con la misma pelotita de siempre cuenta me di que atardecía. Qué pelotita de trapo más hermosa, nos hacía feliz con tan sólo verla. Atardecía rápido, tan rápido que dejé de jugar para ir a casa; con una pita que sujetaba el seguro de la puerta abrí de un jalón y al entrar, vi la realidad de la desesperación humana. Una madre a mitad del cuarto que era todo; baño, dormitorio, comedor, cocina, patio y etcéteras. La vi, tiesa como los perros que encontrábamos tendidos por el basural, en brazos su hijo hermoso que ahora estaba azul, azul tenebroso, ambos desde sus bocas habían esputado algo blanco, una sustancia blanquecina que me hizo pensar en los perros más rabiosos de la plaza. En una mano mi madre sujetaba un billete de cien, ¡qué riqueza me dejó!, ¡qué pobre me quedé!, ¡qué madre tan puta!, dejarme sin hermano y sin madre, dejarme tan solo y tan chico, dejarme así para encontrarme con tremendo espectáculo de humillación humana, dejarme tan muerto de sed. Aún quieto frente a ellos levanté la mirada a la mesita de tres patas, una botella a la mitad me ofrecía su color similar al té, me acerqué, pensé en cómo había cambiado la calle, en cómo crecían los arbolitos en ese año de la reforestación según se hablaba, en cómo se limpiaba ya más seguido, en cómo la seguridad se hacía más completa. Sentí que mi ciudad estaba cambiando pero que yo, al calmarme la sed luego de beber de esa botella, jamás iba a disfrutarla. ¡Qué espectáculo vieron los vecinos!, tiesos los tres, tan miserables y tan pobres, tan injustificados y tan buenos, tan llenos de espuma en la boca, tan fríos, sobre todos tan fríos y no tibiecitos como su padre, que también murió pobre.

Entre las calles de la Lima ingrata me enterraré, ¡coño!, moriré como Vallejo, no sé si un jueves, pero en Paris, no sé si con aguacero, pero en Paris, no sé si llamándome Vallejo, pero en Paris.

martes, 6 de abril de 2010

La ciudad que se llamaba miseria -Parte I


S
obre las luces de neón se peinaban las enredaderas con el viento, mientras el vino barato se metía en la boca de los viejos los niños corrían atrás de un coche con la pequeña ilusión de colgarse ojalá, algunas cuadras. Un caño antiguo a mitad de la cuadra mojaba a todos en febrero, era ese espacio tan reducido a casi nada el más grande momento que entre risas y chapoteos todos compartían. Recuerdo que limpiábamos la calle entera cuando se olvidaban de pasar las mujeres verdes de la callecita más gris de toda Lima a la nuestra. Un callejón que años atrás fue una calle y que ahora tenía una pared de ladrillos naranjas a la mitad, para separar distritos, según se sabía. Éramos pobres, muy pobres, tan pobres que hasta las migajas se vendían como finos panes, tan terriblemente pobres que hasta los perros en los basurales, alimentaban su hambre mejor que los niños de aquí. Era julio y recuerdo cuando en casa se levantó la única bandera rojiblanca y la única también, que desapareció más rápido que ninguna bandera en ese lugar. Se la llevaron, seguramente como decía papá, un hombre que amaba a su Nación, posiblemente fue así. Aunque a veces me gusta pensar que fue para cubrir del frío a algún pordiosero que era incluso, más pobre que nosotros.

El pan, comprendí, era el alimento más puro del hombre, pero aquí no cualquier pan lo era, no, el pan duro, era el pan duro el alimento más puro de los hombres de este barrio. Los sábados solíamos jugar con la pelota de trapo que la hermanita de José cosió, le costaron dos polos y ciertas cosas que jamás usaría el pobre, y qué bien que le quedó la pelotita, y que tan hecha mierda quedaba la pelotita luego de nadar en la pequeña canchita improvisada en plena vía, la pelotita de trapo más sucia de la ciudad era el tesoro que todos adorábamos, cada sábado claro, porque en días de semana como los gallinazos sin plumas del cuento de Ribeyro nos aventurábamos y aprendíamos a volar. Quizá en otros tiempos la basura era un gran lugar donde encontrar cosas valiosas, o medio valiosas, pero hoy por hoy, solamente quedan restos de nada, restos vacíos de nada.

Llegó abril del siguiente año y cayó enfermo mi padre, dos semanas después menos dos días murió de la más terrible manera. Jamás vi a un hombre retorcerse tanto de dolor, jamás escuché que algún hombre fuese capaz de propagar tan extensos gritos, jamás imaginé siquiera, que ese hombre tan fuerte, esa noche en la cual me dijo balbuceando: Hijo mío, ¿Sabes qué es lo mejor que puedes hacer ante la pobreza?, no... Le dije con la cabeza... Ignorarla... cerraría los ojos para no abrirlos jamás; aunque ese jamás haya durado sólo dos días, sí, dos días solamente porque al segundo día revivió y le ganó a Jesús la carrera, pensé con gracia, pero dos días luego sí que cerró los ojos, y tanto los cerró que nunca más los abrió. Pobre padre por compararlo con Jesús volví a pensar aunque esta vez sin la gracia pasada.

Era el año de los seiscientos mil turistas cuando vi como le quitaron todo a dos gringos en plena vía mayor, les quitaron todo, todito, hasta las melenotas largas y rubias, como su peso en oro las vendieron, porque las pelucas de cabello natural en este país cuestan una fortuna, y es que la gente en mi barrio necesitaba tanto esa cosa llamada fortuna que algunos no detenían daños al buscarse la comida, al ganarse la vida. Pobres gringos, pobre pareja de gringos, tan amantes del Perú, de la Lima más gris de todas las Limas, amantes hasta de sus veredas agrietadas, hasta de sus esquinitas llenas de gente de mierda, hasta adoraban a sus ladrones aún más de mierda, porque les dejaron sus pasaportes con la gracia de dios, y que contentos estaban ellos, porque perder el pasaporte era como perder el alma. Gringos de mierda, perdidos en esta ciudad de mierda, robados en esta ciudad de mierda, angelitos desnudos, hermosos angelitos desnudos, preciosos angelitos desnudos y de mierda.

Pronto la segunda parte.

jueves, 1 de abril de 2010

Teatro -Parte II


Imagen tomada de sinpenanigloria.wordpress.com

L
a parte más trágica se dio a conocer un día después. Cuando en los periódicos se pudo ver la viva imagen de un monstruo, un ser totalmente irreconocible, la hermosa Cristina había sido brutalmente asesinada y antes de culminar dicho acto había sido desollada en vida. Nadie sabía el paradero del aberrante y despreciable ser que había consumado el acto. Cristina decía en la puerta, Cristina la estrella, Cristina en la puerta y tocó dos veces. Se abrió y nadie vino a atender. Él se adentró lentamente y vio como la dulce dama se iba poniendo las nuevas bragas a mostrar, miraba su figura en el amplio espejo, unas bragas blancas y con las tetas al aire, se pintaba los labios luego con un rojo tan profundo que en la mente del hombre que la miraba desde atrás se dibujaron las peores cosas de la humanidad y, un segundo le bastó arrancarle el conocimiento tras un golpe en la nuca, ella cayó como un ángel, se estrelló en el piso y quedaron sobre ella esas dos hermosas tetas. Él empezó a morder los pezones que luego arrancó de su carne como botones de una prenda de piel, y sacó después una navaja del bolsillo izquierdo que en su elegante traje guardaba, y cortó a la altura del cuello muy delicadamente dos veces, luego con una mano separaba la piel de la carne, tan bien entrenado, tan bien instruido, le quitaba la piel como se quita la piel a un borrego. Ella no gritaba, siquiera podía entender lo que había pasado. En su letargo comprendió que el frío era sumamente aterrador, terriblemente doloroso y él, al ver tan puro sexo abierto de par en par se sumergió en el como una estocada salvaje, y luego de ver como la sangre salía de esa parte virginal se lamentó, a muerte se lamentó y, tras un leve segundo de cavilar sonrió. Minuto siete, y miraba como ella temblaba sin parar, minuto ocho y ella a penas podía respirar, minuto nueve y desde la puerta le decía adiós con las manos hasta que esta se cerró.

¡La han matado!, ¡LA HAN MATADO! se escuchó en el eco sagrado de la habitación y en el Gran Salón.

Cristina dame un beso, y ella lo hizo, Cristina lame aquí, y ella lo hizo, Cristina de esa manera no, debes caminar muy suavemente, debes moverte como una puta, mírame, ¿ves?, así debes caminar, así debes mirar al público. Sí mi amor, y dejaba ella el guión sobre la cama y empezaba a ponerse otras bragas. Cristina, necesito hacerte el amor, y es que de verdad aprendí a amarte. No, aún no es el momento. Cristina, yo... ¡NO!, primero debo hacer este papel. Y Cristina le besó, y él, miraba como se iba hasta la puerta, abría y se marchaba. Y entraba ella instantes después con lágrimas en los ojos, ¿Cómo quedó?, hermoso, ¡hermoso! decía él. Amor, este será el papel más importante de mi vida, amor, este será la entrada al paraíso del teatro. Mi amor, si lo hago mal... No te preocupes Cristina, de una manera u otra, te asesinaré antes de que la obra termine. Ella sonrió porque no era la primera vez que él le bromeaba con la muerte, Cristina, de una manera u otra, te asesinaré. ¿Y por qué lo harías?, porque necesito ver tu desnudez... Ya me has visto desnuda muchas veces, sí... pero no en todo tu esplendor.