Lourdes Hernández
Sí.
Correr entre casas y cosas, bebiendo en un bar y matando a todos después. Correr y disparar un arma rara, caer, escapar, tratar, ser herido, llegar a un río, encontrarme con una anciana, ella dice: Quizá, si no te escucha no te mate, porque ella no sabe que ese hombre te conoce, si no, te mata ella primero. Y correr al verlos en una imagen amorfa, extraña, como un esqueleto gris, entre un ave vieja y un feto, y un demonio y un brujo y todo lo terrible junto. Y volver a correr, darme cuenta de que mi imagen es similar a la de él, y nuevamente correr sobre buitres, y huesos de buitres, y cabezas de aves que no son buitres, y arrastrarme por gusanos deformes y paisajes oscuros, y árboles viejos hasta despertar de la pesadilla con los nudos tiesos, casi congelados, coger el móvil y empezar todo esto, y al terminar, tratar de dormir nuevamente.
La tarde que mi día se detuvo.
Dos años,
una sonrisa
un hoyuelo que son dos al final
dos años
un ángel muerto bajo la cama
una botella de vino
dos menos uno
que es uno al final
dos años
tres gestos y una noche que nunca despierta
y despierto
de todo esto que es una tarde
que parece dos años.
Dos años
un gesto mediocre que son dos al final
dos años
una niña desnuda sobre la cama
otra botella de vino
dos más uno
que es uno al final
dos años
tres verbos y una tarde que nunca despierta
y despierto
de todo esto que es una pesadilla
que parece dos años.
El color que se llamaba Bravo.
Ella,
por sus tetas se iba
se largaba como se largan las mujeres de tetas medianas
y su falda
que era roja como su fiebre
y su boca
se meneaban con el viento
diciendo que iba sola
y enfadada
y altanera
como su fiebre.
Ella,
por sus caderas se iba
se marchaba con el son sin sabor de la lluvia
y sus tacones
que eran rojos como sus labios
lastimaban el suelo
pronunciando su paso
demostrando que sabía marcharse
y hermosa
y subida
como su fiebre
se casó con un hombre que no era yo
sólo para odiarme.
Los nombres eternos.
Marianne se llamaba
aquella dama antes de ser dama
y fue
cuando nadie era
todo esto que ya no pronuncio
y fue
cuando yo no era todavía
mi caballero.
Camila se llamaba
la señorita que besaba con ambas
manos
muda por ratos
muy artista
que reía frente a su Nikon
desnuda
justo cuando gemía
allá por las doce cuando tocaba
la ventana
muda por ratos
y húmeda por otros
que besaba como nadie
con ambas manos.
Marlén se llamaba
la negra que cantaba
blanca como la noche
y era
y yo también era
blanco como la noche
cuando ella
dejaba su piel para amarme
y cantaba
Blanca, como la noche.
Chelsea se llamaba
la rubia de muchas habitaciones
la lengua dorada
la manos de tijera
así
como por las tardes
justo cuando la puerta se cerraba
era
una más
cuando todos restábamos.
Y sí, Chelsea se llamaba
la rubia de muchas habitaciones
cuando con su culo mutilando
las pupilas de los que le adorábamos
y sí,
la manos de tijera
que una tarde
cuando dormía su amante
le cortó la vida
lo que denominamos por vida, claro, al falo
por una injusta razón de infidelidad.
Chelsea se llamaba
cuando Cohen canta todavía.
Fiorela se llamaba
la blanca espina dorsal de mi cama
la del escote de flores
la depilada por el tiempo
mujer con bodas de acero
la que venía a mí cuando se cansaba de mí
la señorita del beso de cuero
así se llamaba
la que de allá regresaba
cada año
cuando quería divorciarse
cuando pretendía devorarme
y así hasta marcharse
porque todas sabían marcharse
una a una
como las flores de enero
una a una
como las aves en invierno.
Fiorela se llamaba
la diosa de las madrugadas
la boquita de vodka
la flor de septiembre
la del sujetador con flores
y sí
así regresaba
cada año
cuando se divorciaba de aquel hombre
para venirse conmigo
dos romances por madrugada.
Ann se llamaba
la pequeña de enorme culo
la pequeña de boca profunda
la pequeña.
Ann se llamaba
la del polvo mañanero
la de no te vengas en mí cuando ya me había corrido en ella
la que también se corría
justito cuando llegaba la tía
Ann se llamaba
la del culo enorme
como un sol
como dos soles
mejor.
Ann se llamaba
la que una vez
allá por la tarde de un mes de enero
en la parte trasera de un viejo camión
me regalo lo que todo hombre sueña
su segunda virginidad.
En la radio:
Haunted de Sinead O'Connor & Shane MacGowan.