Sobre la Ciudad de Guadalupe se levantó la imagen de una mujer con la mirada triste, una imagen parecida a la madre de los doce niños perdidos, un campo minado luego de la guerra, un campo lleno de niños pobres que alimentan sus manos destrozadas con soledad y basura.
Bajo el cielo de la ciudad de Guadalupe se imaginó la figura de una mujer con las manos tristes, una figura maquillada con el horror de la humanidad, una Virgen con dos tetas invisibles.
Sobre ella las estrellas que Dios escupió, estrellas que han escondido la grandeza de un ser que a los ojos se esconde. A sus pies una negra boca como sonrisa , como una mamba sin veneno se muestra y pisotea a ese Ícaro sometido a lo celeste de sus huellas.
En la mar de la antigua Ciudad de Guadalupe los niños respiran el espanto de sus gritos bajo el agua, luego salen hinchados, azules, y mi Virgen celestial los transforma en su manto y se cubre del invierno reseco y quemado. Asesina de las oraciones, como una india venenosa se esconde entre la rama y las plegarias.
Un escudo de flores y madera, sobre sus hombros el peso inexacto de la fe, paso a paso se va gastando la imaginación del hombre.
Sobre la Ciudad de Guadalupe una adormecida imagen de animal se levanta entre los infieles, una Virgen con la idea triste, la Patrona del Mal. Y bajo su vestido un deseo mayor se humedece con las palabras de un dios tan parecido a un perro abandonado, como un cementerio de monjas, tan violada, como un niño en la cabeza de un cura.
En el corazón de Guadalupe, una Virgen despierta, se viste de gloria y camina sin tocar el suelo, se pinta las mejillas con dos toques de cocaína y fuma opio de mi pipa torcida.
Mi perfecta Virgen Morena, que más parece una mancha en el suelo y no una santa mujer.
Dedicado a la mujer de mis ideas, a la Virgen Morena que mi piel adora, a la dama de mis esquinas. A mi Virgen favorita.