¿ves al niño muerto?...
Dime mujer, que no fui yo el que lo mató, solamente porque mis manos están de rojo y el cuchillo de plata duerme a mis pies, no, mujer, dime que no lo imaginas siquiera, porque de mis fauces caen sus restos y a mis pies también el niño duerme, no fui yo, si eso quieres escuchar, no fui yo porque cuando llegué él ya estaba muerto, y muerto de hambre yo; mujer, dime que no lo consideras, yo que no soy capaz de tomar una pieza si tú no me lo permites, pero el hambre aterraba, y él, como dije, ya estaba muerto.
¿Ves mi espalda castigada?...
Dime mujer, que fuiste tú la que me azotó, porque de tu mano cuelga el látigo de cuero y de metal, y también yo lo considero, no creo que otro sea capaz de mirarme, menos de tocarme, porque soy el hombre al que todos temen, de manera imposible se acercarían, imposible también porque mis piernas ya no quieren andar, menos si todos ellos duermen ahí. Él ya estaba muerto, ¡lo juro!
Yo veo una sombra patética, era tu hijo, también lo sabía al momento que su carne en mí entraba, lo supe desde el instante que gritaba tu nombre, porque sus gritos me despertaron, al acercarme fue tarde, tarde y callado lo encontré, acurrucado como un perro callejero a mitad de la cocina, destrozado y magullado.
¿Ves al niño muerto?... Mujer, te diré que yo también lo veo.
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