jueves, 14 de mayo de 2009

Hotel dulce hogar


A la maldita mujer de Don Bosco, que nunca usó mallas bajo la falda.
A la putita del bar de la esquina, a Jimena, a Baltazar, a la albina y sus pezones con sabor a garnacha blanca.
A la dama de vestido negro cual hedoné desmedida y sin corazón.
A la Lupe que no era una de mis Tres Gracias ni mucho menos, a las tres peluqueras de escote y sus ayudantes de grandes pies.

A la pequeña cholita peruana, arañada y ajustada, a las grandes morochas que subían del norte.
A la negra insaciable y sus tetas chocolate, a la chinita Li y su entrepierna sabor a mar intenso.
A la rubia de bote y su diario carmesí, a Salomé y a Martina con su ojo color verde marihuana que más parecía un pedacito de esmeralda bajo la luz del neón.
A las caderas de Eva y sus treintaidós cortes en la mejilla derecha, a la baraja española de Matilde y sus sábanas rosa pastel.

A las dulces curvas de la loca Marilyn, a la estúpida rubia natural de boca profunda, a los cantos de Lucía y su gemela lesbiana e inmadura.
A las cuatro leonas del bar del centro, a sus melenas casi rojas con olor a perfume barato.
A los tequilas dorados y margaritas de Don Bosco, a su maldita mujer una vez más y mientras pido otro tequila la veo subir las escaleras con Raquelita la llorona.
A la vieja Rocío y sus consoladores angustiados, a la torpe y no tan bonita Sofía, que tenía ocho aros en el cuerpo: Uno en cada oreja, uno en la nariz, otro en el ombligo, uno por cada pezón, en la lengua un metal sabroso, pero si querías tenerlo todo, al quitarle las bragas verías el cielo más plateado de todos los cielos de aquella casona llena de princesas sin príncipe.

A la loca Maruja y sus gemidos en noches de aromas rojos.
A mis putonas favoritas, a las damas putas de mi hotel dulce hogar... Un brindis.

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