lunes, 25 de mayo de 2009

El último hombre


Hay días en los que uno simplemente no es hombre.
No hay nubes ni mal que bien obre,
edificos inclinados con gente cayendo.
No importa, no duele, nada lúgubre
si padece lo hermoso o lo grotesco;
ni sentimiento, ni emoción en mí abre,
islas o mares, penínsulas o calles;
son lo mismo que odie o que ame,
son prescindibles mis manos y mis piernas,
mi garganta y mi sangre.

Un grito bajo el agua, un parto en la cocina.
Nada asusta, nada quema,
nada sueña ni respira,
nada es bello, nada es dorado.
Bello sería correr a casa,
con el cuello perforado por la voz que escapa,
que de censura sabe por los dientes que estampa.

Nada suena, nada calla,
nada dura, nada pasa.
Recuerda un despertar y lo que éste clama,
el color estornuda a los que huelen a esperanza...


(Interlunio) Líneas de un alma alejada un tanto de la humanidad que hoy en día espanta.
Un ser descabellado, amable y silencioso. ¿Para qué más? -Preguntaría Dodó.
Un amigo, un hermano, y si la vida apremia. Un compañero de noches incompletas cargadas de vino tinto o whiskey negro.

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